Residencia de quemados

Alfredo Hernández García

13,5 × 21 cm, rústica, 384 pp.

60 ejemplares en papel

ISBN: 978-84-86375-13-3

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Residencia de quemados es una novela estructurada en dos partes temáticamente diferenciadas, pero unidas por el argumento de la obra. Clara, psicóloga clínica, iniciará un cambio de percepción de su vida y de su profesión que revolucionará a sus cuatro quemados pacientes: el hombre de oro, adivina qué, sazonado corazón y la mujer fantástica. El acicate de la transformación de Clara y sus pacientes se encuentra en la lectura, aparentemente casual, de un libro de aventuras protagonizado por la Princesa Ruta. La valentía de Ruta presta a Clara, y a los demás personajes, la motivación para actuar.


Alfredo Hernández García (Valencia, 1959), escritor y licenciado en Filosofía, publica su tercera novela. Residencia de quemados se trata de la última novela de una trilogía que comenzó con la publicación de El fósil vivo y la posterior La venganza del objeto. La obra mantiene determinadas estructuras metaliterarias presentes en las anteriores novelas del autor. La trama de la trilogía se articula sobre la visión irónica de nuestro mundo, a fin de trastocar su imagen. Para alcanzar tal objetivo, el autor se sirve de la exageración, la ironía y la fantasía.

Alfredo Hernández García en Todo Literatura


Residencia de quemados es un libro con dos historias o novelas que se complementan y que el lector disfruta por los temas que trata. La terapia psicológica está muy presente en la novela y se vale de ella para montar esas dos historias complementarias, donde una novela de aventuras sobre la princesa Ruta sirve para sanar a los pacientes de la terapeuta Clara. En la entrevista nos da varias pistas sobre la novela que no tienen desperdicio.

 

Residencia de quemados es la tercera entrega de una trilogía. ¿Podría decirnos de qué trata esta trilogía? ¿Tiene un título genérico?

Esta trilogía expresa mi obsesión por los gremios, a los que considero «enemigos del humano». Me explico, en cada novela construyo mis personajes principales, para después inventarles sus enemigos, enemigos disfrazados de benefactores de la sociedad. Aparentemente, los gremios no son peligrosos, hasta que se organizan como grupos silenciosos de poder. Pondré un ejemplo, en Residencia de quemados la emprendí contra la Psicología, no como disciplina, sino contra la psicología clínica, contra sus terapias conductistas.

No se puede encontrar en mi trilogía un título genérico, pero de proponérmelo este sería El relato total, que atiende a mi obsesión por querer escribir un relato dentro de otro, y de esa manera, quisiera englobar una utopía sobre el mundo y, al mismo tiempo, exponer mis ideas y expectativas literarias.

 

¿Son novelas independientes o surgen de un mismo esquema?

Las tres son independientes, aunque mantienen un logos parecido, al menos, en lo referido a lo que comenté antes de los gremios. 

 

Con esta nueva novela se pone fin a la trilogía. ¿Cuál es la tesis de la novela?

Existen dos fórmulas en la novela, una para cada historia. La parte que critica a la Psicología fija una tesis: se trata de una disciplina que introduce al paciente el mal que intenta luego extirpar. La otra historia, regulativa y fantástica, se rige por otra fórmula repetida varias veces: nadie ha visto el mundo futuro, como nadie se ha encontrado con su alma allende la muerte; el mundo venidero será como nosotros lo hagamos...

 

Su novela tiene muchos elementos metaliterarios. ¿Le gusta hablar de la literatura desde dentro de la novela?

Sí, en las tres novelas necesité inventar utopías literarias, mundos imaginarios en los que la Literatura se venga del mal uso que se hace de ella en el presente.

 

Residencia de quemados tiene una doble trama. ¿Por qué ha querido unir dos historias tan diferentes?

Como puede ver el lector, la historia principal necesita de la otra historia. Esta segunda es una historia creada por un personaje-narrador para salvar precisamente a Clara, el personaje principal de la primera historia. Sin la historia segunda de Ruta, la primera se debilitaría, no encontraría Clara el elemento regulador que necesita para dar un giro a su vida.

     Por otro lado, para mí la fantasía es un elemento esencial en la Literatura. Por ello, en las tres novelas que conforman la trilogía, siempre construyo un relato fantástico, totalmente diferente al curso ordinario de la historia principal. La fantasía me permite ir más allá de lo real y acercarme a la utopía.

 

La trama cuya protagonista es la terapeuta Clara está escrita con un narrador omnisciente. ¿Por qué ha preferido hacerlo así?

Mi narrador es omnisciente, lo sabe todo, para no dejar libertad al lector, y al mismo tiempo, con toda intención, pretendo que sea culpable de todo lo que exprese.

 

La parte de la princesa Ruta, está escrita en primera persona. ¿Cómo se siente más cómodo escribiendo, en primera persona o con un narrador omnisciente?

Me siento igualmente cómodo, aunque en primera persona todo parece más fácil, eso sí, es más arriesgado. Sobre manera, porque cuando se narra en primera persona el lector siempre se pregunta quién es ese que narra, y el escritor deberá mantener una coherencia entre el narrador y el personaje que narra, en este caso Ruta.

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El relato total


/ Por Marcelo MATAS / de su blog Agua de palabras 

 También publicado en el suplemento «Culturas» de El Comercio y La Voz de Avilés el  22 de abril de 2017


Si El fósil vivo (2012) —primera parte de la trilogía— se adentra en la aparente paradoja de indagar en la memoria de un mundo futuro y La venganza del objeto (2014) —segunda entrega— denuncia el esperpento de la ciencia en su afán por inventar la verdad, Residencia de quemados  (Luna de Abajo, 2016), propone transformar «la conciencia de los propietarios de la culpa» echando mano de la arrolladora fuerza de la propia voluntad, «la más valiosa y peligrosa de cuantas facultades usamos». Para ello, Alfredo Hernández García (Valencia, 1959) articula la novela en torno a dos planos narrativos. En uno aparece Clara, una psicóloga clínica que, ejerciendo de «enfermera de su misma enfermedad», trata a cuatro pacientes —los quemados— con patologías ya expresadas en sus respectivos pseudónimos: «El Hombre de Oro», compulsivo especialista en enriquecerse y arruinarse de la noche a la mañana, «El Hombre Adivina Qué», ensimismado en la avaricia de su propio silencio, «Sazonado Corazón», servicial lacayo de la ruda tiranía de su cónyuge, y «La Mujer Fantástica», amarrada a las correas de su tiempo perdido. En el otro plano se cuenta la historia de Ruta, una princesa que construye su leyenda a base de fuerza, de una furibunda voluntad sólo guiada por el precepto de que «el mundo será lo que nosotros queramos». De la lectura de ese relato que casualmente —o tal vez no tanto— cae en las manos de Clara, surge el cambio de la protagonista, quien, queriendo emular a la implacable personalidad de la princesa, acomete su particular empresa contra la «industria psicológica» a la que hasta ese momento había servido. 

 

Sin embargo, esta simplificación de la trama no debe ocultar toda la complejidad de una obra que nos lleva de nuevo por los difíciles senderos por los que suele obligarnos a transitar Alfredo HG. Como en sus anteriores novelas, el peculiar estilo del autor —reconocido en los ocurrentes y divertidos neologismos («lacayosis», «revientaorgías», «curasienes »…), en el original lirismo de ciertas imágenes («ceremonia de lágrimas»), en los continuos juegos del lenguaje («charlas en las que nos va la vida antes que la vida nos vaya»), en las frases esculpidas a la manera de un laborioso orfebre de la lengua— exige del lector no sólo el grado de atención que supone toda lectura, sino más aún una decidida disposición a no entenderlo todo, a dejarse llevar por una intuición que ponga «aquello que a la comprensión le falta»

 

Reflexiones sobre la libertad, la verdad, la felicidad, la dignidad, la moral, la Historia, la política, la filosofía, la literatura —con osadías metaliterarias como la inclusión en el texto de dos críticas sobre la propia novela— y sobre todo la psicología («que quiso ser ciencia y sólo es una mantenida») cuajan una novela que aspira nada más y nada menos que a «El relato total» —título de la obra que crea Ruta—, pero no aquel, como se apunta en el libro, que pretende abarcarlo todo, sino que tiene un fin moral: el que logra liberar al que lo lea de toda servidumbre, entendiendo la conquista de la libertad como el definitivo logro de no hacer lo que uno no quiere hacer.

 

 Con esta novela Alfredo HG culmina una trilogía —tal vez enmarcada dentro de la llamada «Escuela de la dificultad»— que, sirviéndose de la ironía como herramienta de aproximación al mundo que pretende criticar, ha logrado el ambicioso propósito que en su día seguramente proyectó su autor. Aquel que, a mi parecer, tiene que ver con el radical cuestionamiento de una literatura cada vez más hundida en la molicie, tratando de salvar, de paso, a un escritor atrapado en la paradoja de ser «hijo del mismo tiempo que quiere destruir».

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«Residencia de quemados», de Alfredo Hernández García


/ Por María del Carmen BOBES / 

Catedrática Emérita de Teoría de la Literatura. Universidad de Oviedo [Reseña publicada en El Cuaderno]


LA NOVELA TITULADA Residencia de Quemados de la que es autor Alfredo Hernández García es un relato de gran originalidad y de gran complejidad, tanto en su historia como en los recursos que dan forma a su discurso.

 

La originalidad de la novela empieza a percibirse en la disposición del texto, que está formado por dos historias que van alternando dentro de los capítulos: la primera es la historia de Clara, una protagonista «de ojos verdes por toda descripción, para que el lector dibuje el resto con su imaginación», rodeada de una corte de personajes secundarios con los que se relaciona a puro grito, y la segunda, es la historia de la princesa Ruta, distante en el tiempo y distanciada en su propia altura que le permite una percepción del mundo y de los valores propia de los independientes.

 

La historia de Clara, una terapeuta que acaba limitando su clientela a ella misma, está contada por un narrador omnisciente y omnipresente que se manifiesta a veces en la modestia de un nosotros; intenta hacer partícipe de su actitud irónica y de su visión de los hombres y de las cosas a un lector al que supone un tanto despistado sobre lo que se va contando. La voz y la mirada de ese narrador desenvuelve sus sorpresas ante el lector por medio de una ironía radical ante un mundo humano reglamentado, normatizado y sistematizado, ordenado en apariencia, pero cruel, inexorable y rechazable siempre para la protagonista; el narrador se eleva de las cosas con una filosofía —o al menos con una actitud reflexiva sobre todo lo que propone— que deja al lector casi sin aliento, al hacerlo caminar sobre la anécdota en una distancia determinada, la que se le permite, sin veleidades de aproximaciones o compasiones.

 

Al final de la obra, el narrador dirá que el relato total exige objetividad y efectivamente, en esta novela la distancia implica una objetividad determinada y la impone de inmediato a un lector ingenuo.

 

La historia de la princesa Ruta la cuenta ella misma, en primera persona, y esto que pudiera indicar, que generalmente indica, un enfoque más próximo, aquí se eleva sobre las contingencias de la anécdota y alcanza una esfera superior de belleza indiscutible y de inventiva continuada, que cautivan al lector.

 

Si las dos historias, a pesar de su tono bien diferente, y por medio de su superposición en el discurso, constituyen una novedad como proceso narrativo, el final de la novela lleva un «Epílogo optativo», en el que se da una vuelta de tuerca más al relato, con un diario que escribe la sobrina de Clara, llamada también Clara, diecisiete años después, para contar la muerte de su tía y que además incluye, como en una especie de mise en abyme, dos reseñas sobre la misma novela, Residencia de Quemados, a la vez que alude a un «Relato total» y a las condiciones en que tal tipo de narración completa puede lograrse. La posibilidad de un mismo argumento con dos historias, la vuelta sobre sí mismo, y las reflexiones metanarrativas, dan a la novela de Alfredo Hernández García una complejidad y una profundidad poco habituales en la narrativa actual.

 

 Por otra parte, el estilo del discurso avanza paralelamente y en unidad de tono con las historias, en forma muy compleja y muy barroco, entre continuas reflexiones sobre los términos, las ideas, las conductas, los personajes que van apareciendo, exige una lectura demorada y complaciente, muy placentera para un lector literario, para un lector que quiera detenerse en las bellezas de la palabra, en las técnicas del discurso, en el arte de la historia. La unidad del texto subordina la complejidad de las historias y la complejidad del estilo, y hace de esta obra una narración densa y muy interesante en todos sus aspectos.

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