«Palabra sobre trazo, trazo sobre palabra»

Luna de abajo número 3/7 (1999)

• Compuesto con la familia tipográfica Caslon, en la versión de Justin Howes para ITC en 1998.

• 16,5 × 24 cm, 32 páginas.

• Impreso a cuatricromía.

• Tirada en papel: 1.500 ejemplares [agotado]

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Premio Motiva 2000 en la categoría «Revista. Boletín. Periódico»

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Bibliografía:

• Motiva 2000-2003 (catálogo), Oviedo: Asociación de Diseñadores Gráficos de Asturias (AGA), 2003, p. 171. (ISBN: 84-607-8901-2)

• SALA, Marius: Editorial Made in Spain, Barcelona: Index Book, 2002, pp. 69, 70, 82, 84, 90, 104, 105, 109 y 153. (ISBN: 84-8994-61-7)

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Diversos aspectos se mezclan en el surco caligráfico, muchos materiales de sedimento se confunden entre las dos orillas de su trazo; la luz y la sombra, la memoria y el olvido.

 

Calígrafos existen muy pocos, es uno de los oficios más arcaicos del mundo; de hecho la Historia comenzó en su gesto. Los materiales que utilizan los calígrafos recuerdan a los objetos totémicos que rayaron los primeros huesos y a los arados que establecieron la inicial ecuación con la tierra. Un calígrafo tiene algo de chamán danzante y de eficiente jardinero. Los calígrafos siempre fueron grandes cazadores, traían a su tribu, suspendida de un palo, la preciada bestia de la realidad, con la que alimentaban sus sueños. También fueron los constructores de un laberinto que en su desorden creó un orden fantástico —como muy bien interpretó Borges—, cuya magia aún nos gobierna: el abecedario.

 

La caligrafía rasca la materia, busca la unión de las simetrías distantes, también su proyección por las sinuosas aguas del tiempo, que fluyen permanentemente en su trazo. Las palabras se amasan con las manos, como cualquier otro objeto, se paladean con los labios, y se iluminan en esa extraña región que denominamos cerebro, para seguir luego el camino contrario, otra vez vuelven a los labios, y al final alcanzan las manos, donde éstas las anudan en el territorio definitivo de su expresión.

Los calígrafos han recorrido durante siglos esta doble dirección. Han dibujado los límites del pensamiento y de los imperios que no eran suyos. Han rezado a dioses distintos bajo el mismo abecedario, y han puesto letra a las más audaces cosmogonías. Cada idea que no era suya llevaba el ritmo de su respiración, desde el pacto implícito, que en todo momento tuvo el arte de copiar, con el futuro. Los calígrafos han sido por esta condición —durante milenios— los guardianes de la cartografía humana.

 

Hoy en día la escritura tiene otros soportes. La pluma, que recuerda a la varilla aguzada de Mesopotamia, corre el riesgo de convertirse en un instrumento arqueológico. Los calígrafos sobreviven como un apéndice de una nueva disciplina, que curiosamente siempre fue suya, el diseño gráfico. Vistiendo a las letras con el ropaje cambiante de esta época, en un mundo en que el grafismo y la marca empresarial se han convertido en el referente del mercado, en un nuevo código de interpretación orientado al consumo masivo.

 

Pero, de vez en cuando, la caligrafía enlaza con su origen. Restablece la emoción que ocasiona la cercanía entre el objeto y el concepto. Eleva a la dimensión espacial la temporalidad de un pensamiento. Nos abre las puertas de las palabras y nos muestra sus estancias y jardines, también sus sombras y recovecos.

 

Lázaro Enríquez, uno de los contados y secretos maestros de este arte, nos da su visión de algunos poemas de Ángel González. Palabra sobre trazo, trazo sobre palabra.

 

Ricardo Labra


 

Ya nada ahora

 

Largo es el arte; la vida en cambio corta

como un cuchillo.

                                   Pero nada ya ahora

—ni siquiera la muerte, por su parte

inmensa—

 

podrá evitarlo:

                              exento, libre,

 

como la niebla que al romper el día

los hondos valles del invierno exhalan,

 

creciente en un espacio sin fronteras,

 

este amor ya sin mí te amará siempre.

 

(Ángel González, de Deixis en fantasma, 1985)


 

La caligrafía (del griego Kallos, «hermoso», y graphein, «escribir») es la danza de la pluma. Los calígrafos —por lo general— se hacen solos, en un diálogo cómplice con la letra y sus veleidades, aportando la pasión, el juego y el diálogo con el alfabeto. [Lázaro Enríquez]

 


 

No fue un sueño,

lo vi:

La nieve ardía.

 

(Ángel González, de Prosemas o menos, 1985)


 

La caligrafía exige una disciplina constante. Ningún manual lo dirá, pero el entrenamiento sistemático permitirá, poco a poco, alcanzar la fluidez y la limpieza en cada trazo; dominar el ritmo, el tiempo marcado por la longitud del trazo y su recorrido, como una nota musical con su duración propia. [Lázaro Enríquez]

 


 

Todavía, la memoria alevosa

 

Aquel tiempo

que dejamos por muerto volvió en sí,

y me hirió mortalmente por la espalda.

 

(Ángel González, de Deixis en fantasma, 1992)


 

Sucede con la caligrafía como con la Mona Lisa: parece en su resultado formal muy grande, pero está hecha a medida de la mano. La ampliación o reducción es un proceso tecnológico posterior. [Lázaro Enríquez]

 


 

Monólogo interior

 

Manolo go

interiormente za

cuando su mujer dice fornica por formica.

 

(Ángel González, de Procedimientos narrativos, 1972)


 

Ningún ejercicio caligráfico tiene que resultar igual, sino sentido. Sin imitar mecánicamente los modelos originales. Familiarizarse con ellos y memorizarlos, pero buscando la fluidez personal en su ejecución. Después comparar y corregir para no acumular errores, una y otra vez, en cada trazado. [Lázaro Enríquez]

 


 

De otro modo

 

Cuando escribo mi nombre,

lo siento cada día más extraño.

 

¿Quién será ese?

lo siento cada día —me pregunto.

Y no sé qué pensar.

 

Ángel.

 

Qué raro.

 

(Ángel González, de Deixis en fantasma, 1992)


 

La caligrafía es un arte, un placer, no un castigo; por eso la posición adecuada para escribir debe de ser relajada, cómoda. La mesa, inclinada, y la silla que permita al brazo alcanzar un ángulo de unos 90º con respecto a la mesa, reposando suavemente la muñeca sobre el tablero; los dedos relajados y la espalda en posición vertical. Acompasando respiración y movimiento. [Lázaro Enríquez]

 



Lázaro Enríquez Reyes (La Habana, 1950–Vigo, 2005)

 

Calígrafo, ilustrador y diseñador gráfico, Lázaro Enríquez fue, en sus propias palabras, un «enamorado de las letras, las cartas escritas a mano y del placer de hojear las páginas de un libro. Como misionero de estas peligrosas debilidades he tratado de convertir a alumnos del Instituto Superior de Arte de Cuba, de la Universidad Autónoma de México, a estudiantes de Bellas Artes de Pontevedra o profesionales del libro, y convencerlos de que la caligrafía es el baile de la pluma con coreografía y arquitectura propias. Predico el gusto de la huella que puede dejar una mano y una caña de bambú sobre una hoja de papel de arroz. Sufro cuando se jubila un viejo tipógrafo, un linotipista amigo. No llegué a conocer a mi abuelo, que dibujaba vitelas de tabaco sobre piedras litográficas; hasta dieciséis o dieciocho colores, punto a punto. ¡Y encajaban! Shigeo Fukuda, de quien soy amigo y fui alumno ayudante, me dijo que ‘era un caribeño sospechoso’».

 

Graduado en la Escuela Nacional de Arte, 1970, y en el Instituto Superior de Diseño Informacional e Industrial, 1974, licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana, 1978, ejerció como profesor de gráfica y caligrafía aplicada en el Instituto Superior de Arte de Cuba e impartió cursos de caligrafía a ceramistas, arquitectos, profesionales del libro y estudiantes de Bellas Artes de Cuba, México, Galicia y Oviedo.

 

Recibió numerosos premios nacionales e internacionales en ilustración, caligrafía y diseño gráfico, entre los que cabe mencionar el primer premio Logotipo para el V Congreso Latinoamericano de Estudiantes (Chile, 1972); diploma de honor de caligrafía en el Internationale Buchkuns-Ausstellung, IBA (Leipzig, 1989); premio del jurado y mención especial en la Bienal de Ilustración Infantil, TIBI (Irán, 1993); segundo y tercer premio Noma Concours, Unesco (Tokio, 1994, 1996); seleccionado en la Mostra Degli Illustratori (Bologna Fiere, 1998); premio Waterman Caligrafía (Madrid, 1998), y Premio Nacional de Ilustración Infantil, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, 1990-1991. Ilustró y diseñó para diferentes editoriales y empresas, como Anaya, Círculo de Lectores, Edebé, Edicións Xerais, Transferex, World Fishing Exhibition y Kagyusha Publishers, entre otros.