Plenilunio
Roza pues con tus labios el dormido
pubis de la luna,
embriágate de lúbricas mareas,
azul bajo los astros, efímero, insaciable
recobra tus caminos, vuela o calla.
Neblina sigilosa o beso errante
vuélcate sin cuidado, sé tú mismo,
cabalga en el espacio que ambicionas
para tu suerte próxima
a lomos de una estrella incontenible.
Tendrás la llave de todo paraíso.
Cuesta un sueño abrazarse a los orígenes.
En 1981 Alberto Vega y yo pusimos en marcha la editorial Plenilunio, nombre elegido por Alberto. Memoria de la noche (1981) es el único libro editado bajo esta marca (el primero fue Brisas ligeras, en 1980, publicado como edición de autor) antes de ser impugnada administrativamente por su similitud con otra ya registrada. «Plenilunio» es también el título de uno de los poemas de Memoria de la noche y, gracias a Ricardo Labra, que lo supo ver de manera inmediata, el del libro que recopila toda su obra, Alberto Vega. Plenilunio (obra completa 1980-2005).
«Cuesta un sueño abrazarse a los orígenes», el último verso del poema, resultó premonitorio.
Borges nos daría la pista con su Luna de enfrente para reiniciar la aventura como Luna de Abajo, en 1982, con la decisiva colaboración de Álvaro Díaz Huici, editor de referencia (y amigo para siempre) al frente de su entonces ya mítica colección Aeda de poesía. Pero esto ya es otra historia.
Memoria de la noche consta de tres partes, «I. Memoria de la noche», «II. Signos de amor y muerte» y «III. Fatalidades». Cada una de ellas lleva una portadilla con el dibujo de una escalera exterior que da a una vieja casa, el mismo espacio escénico en el que se representan diferentes motivos y que se reproduce solitario en la cubierta del libro.
Helios Pandiella
Noches: panteras del recuerdo
Pudieran ser
montañas vertebradas o infinitas
arenas de un reloj,
sombras desnudas que a tientas agolparan
gestos y miradas anteriores
a su regreso álgido y confuso.
Innumerablemente me abandono
a sus múltiples huellas:
ciertas noches vividas aún me turban,
como panteras inquietantes del recuerdo
vibran bajo las formas del poema.
Silbido en re menor
Aunque adoro todo aquello que nos une
como un copo de ausencia
con la frente en los cristales silbo y caigo
enfermo leve de viejas melodías.
Algo nos va olvidando impunemente.
Mi ventana es un libro inacabado
si te peina de luz en el recuerdo.
Algo ajeno a este sentir nos va olvidando
mientras la tarde agoniza bajo nubes de cobre.
Las mismas o las idas, ya qué importa...
Nocturno
Esos días son reptiles que te asaltan.
Y vuelves, tú lo sabes, desgarrado,
con esa llama sutil de interrogantes
bailándote en los ojos.
Y apartas los libros casi a manotazos
—fiebre, ginebra insomne,
música helada y sábanas de olvido—.
Y te hundes en la noche de tu cuarto
atroz y solitario
como un perro que se lame los testículos.
III. Rito
No, no hay nada aquí
(o apenas un constante desatino).
Nada en el cuarto:
únicamente el mundo que se agolpa.
(Nosotros, una gota que desborda
la música del vaso.
Auténticos al menos si libres la quimera.
Nosotros, conciencia de los necios
que fingen y envejecen
en tanto apuestan la derrota de su vida
a una carta marcada por la dueña costumbre).
No hay geometrías, ni lazos, ni verdades,
ni paraísos líquidos, ni huellas.
Tan sólo un cuerpo, un ser tan sólo,
despoblado, mar de dos, forjado a tientas.
V. Presagio
Piedras y murallas abatidas,
ruinas
de lo que no pudo ser
más que un efímero alborozo,
un castillo de naipes en el viento.
Nuestro común olor, alquimia plena,
se desata sigiloso, vuelve al frío
de las baldosas inertes, minerales.
Reúno mis pedazos y me invaden
lentos presagios, formas, hielos
en esta hora desnuda,
precipitado espejo del vacío que aguarda
seguro, tenso, agazapado y roto.
VI. Fin
Piensa en quien así habla,
sólo un hombre
o soberbio mendigo, voz resuelta
que llama pan al lecho y aborrece
las horas destempladas como flechas,
que se embriaga de sol y de aguacero
tras el paisaje de la hembra luminosa
en esas noches absolutas y confusas,
plenas de libertad y encrucijadas,
decrépitas de estrellas, gritos, almas.
(Y mirabas al techo y te decía:
en amor nos embarcamos ciegamente
para eludir nuestra esclava condición
de hombres atravesados por la urgencia
de lo que no poseemos...)
Así el hombre
Sueña el árbol en su trono solitario
un capricho de trinos y alamedas.
Las ciudades con un soplo de azahares.
La vieja luna besa
el delicado cuello de los cisnes.
Araña tierra seca el vertebrado rayo.
Brama el toro, se miente
nacido para el asta de su fuerza.
La errante nave ondea su esperanza imbatida.
Así el hombre:
sombra incierta cobijada
bajo sueños,
pasiones
y megalomanías.
La trama de los días
Acaso la vida
nube, roca, gesto, urgencia,
lluvia constante, cáliz
para los cuerpos que del barro
exultantes emergieron como dioses.
...
Dijo esto y luego
pleno de polvo, ebrio de silencio,
desde un ángulo inconcreto de su alma
siguió enredado, absorto en la fatal
simetría circular del mundo que abrazaba.
Legado del buen suicida
«Su ritmo se quebró, mi voz abriga
ladridos de silencio.
Lo confieso, ya no estoy enamorado
de la canción aquella que os decía,
si en mis labios duelen versos de infortunio
sabed que los leí de vuestros ojos.
Amargo fin de mis híbridas pasiones,
de mis gentiles máscaras,
de todo
lo que fuera tan mío y tan ajeno...
Si en mis labios duelen versos de infortunio
también en vuestros ojos, también en vuestros [ ojos».
El texto que sigue aparecíó escrito en las solapas de Memoria de la noche y es de Eugenio Torrecilla, alma de la tertulia literaria de Langreo y maestro admirado por Luna de Abajo:
Con esta nueva entrega, esa voz de la noche que es el verso de Alberto Vega vuelve a dejarse oír. Ya su libro anterior, mejor que Brisas ligeras, título engañoso y excesivamente modesto, podía haberse llamado muy bien «Fuego nocturno», porque entre sus sombras —y abundan en él las sombras— crepita la llama que devora al poeta. Desvelado por frustraciones muy hondas (los sueños de la vigilia, alimentados por el ideal —esa «suelta llama del fuego» que prende en los corazones jóvenes— son difíciles de cumplir y dejan en el ánimo un regusto amargo) Alberto Vega parecía rehuir la confrontación del día y refugiarse en las tinieblas. «Y fue la noche suficiente cómplice», leíamos en el prólogo del libro, cuyo poema inicial repetía: «Vidas imposibles / cabalgando / la cintura de la noche».
De la continuidad de su tránsito por esa oscuridad propicia, nos da referencia ahora en Memoria de la noche. Y entre la algarabía confusa que nos despierta a los plácidos burgueses, por encima de «el ruido y la furia» desatados por los muchachos que cruzan bajo nuestras ventanas arrastrando «la pobre loba» de su juventud —que decía Machado— llega de nuevo esta voz articulada y precisa, intérprete del clamor de estos «ciudadanos de la noche / pálidos restos de luna y marihuana» cuyo paso nos inquieta. En la poética que abre el libro, deja bien claro su propósito de «ahondar en el grito ritual» y bucear en el «infortunio colectivo», traduciendo aquel grito en «equivalencias literarias».
Debe el lector, por tanto, hacer un esfuerzo y descifrar el mensaje de una generación incomprendida que le llega en estos versos.
Hay desencanto en el presente Memoria, hay rabia contenida. Son noches sin lunas decorativas las de Alberto Vega, aunque en ellas clarea el consuelo humano del amor —si bien amor y muerte van ligados en el título de uno de los tres capítulos que componen el tomo.
Le es difícil a nuestro poeta encontrar su camino vital en la oscuridad. Por algo acude a estos versos de García Lorca para reunir el primer grupo de poemas: «He visto que las cosas / cuando buscan su curso encuentran su vacío».
Se trata del vacío existencial que se extiende ante el hombre, más allá de la zanja donde yacen las ilusiones. La lucidez engendra desiertos, pero aún en ellos existe un caudal de agua subterránea que se manifiesta en la maravilla de los espejismos. Y es necesario avanzar sobre la arena estéril, o entre las sombras, avanzar siempre con un sueño en la mente. «Sueña el árbol…» ¿Cómo no ha de soñar el hombre, «sombra incierta cobijada / bajo sueños…»? Efectivamente, Alberto Vega, «así el hombre».
Alberto Vega
Memoria de la noche
• ISBN: 84-300-5325-5
• 1981
• 15 × 21 cm, 48 páginas, rústica.
• Impreso a una tinta.
• Tirada: 1.000 ejemplares.
• [Agotado]