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«Residencia de quemados», de Alfredo Hernández García


/ Por María del Carmen BOBES / 

Catedrática Emérita de Teoría de la Literatura. Universidad de Oviedo [Reseña publicada en El Cuaderno]


LA NOVELA TITULADA Residencia de Quemados de la que es autor Alfredo Hernández García es un relato de gran originalidad y de gran complejidad, tanto en su historia como en los recursos que dan forma a su discurso.

 

La originalidad de la novela empieza a percibirse en la disposición del texto, que está formado por dos historias que van alternando dentro de los capítulos: la primera es la historia de Clara, una protagonista «de ojos verdes por toda descripción, para que el lector dibuje el resto con su imaginación», rodeada de una corte de personajes secundarios con los que se relaciona a puro grito, y la segunda, es la historia de la princesa Ruta, distante en el tiempo y distanciada en su propia altura que le permite una percepción del mundo y de los valores propia de los independientes.

 

La historia de Clara, una terapeuta que acaba limitando su clientela a ella misma, está contada por un narrador omnisciente y omnipresente que se manifiesta a veces en la modestia de un nosotros; intenta hacer partícipe de su actitud irónica y de su visión de los hombres y de las cosas a un lector al que supone un tanto despistado sobre lo que se va contando. La voz y la mirada de ese narrador desenvuelve sus sorpresas ante el lector por medio de una ironía radical ante un mundo humano reglamentado, normatizado y sistematizado, ordenado en apariencia, pero cruel, inexorable y rechazable siempre para la protagonista; el narrador se eleva de las cosas con una filosofía —o al menos con una actitud reflexiva sobre todo lo que propone— que deja al lector casi sin aliento, al hacerlo caminar sobre la anécdota en una distancia determinada, la que se le permite, sin veleidades de aproximaciones o compasiones.

 

Al final de la obra, el narrador dirá que el relato total exige objetividad y efectivamente, en esta novela la distancia implica una objetividad determinada y la impone de inmediato a un lector ingenuo.

 

La historia de la princesa Ruta la cuenta ella misma, en primera persona, y esto que pudiera indicar, que generalmente indica, un enfoque más próximo, aquí se eleva sobre las contingencias de la anécdota y alcanza una esfera superior de belleza indiscutible y de inventiva continuada, que cautivan al lector.

 

Si las dos historias, a pesar de su tono bien diferente, y por medio de su superposición en el discurso, constituyen una novedad como proceso narrativo, el final de la novela lleva un «Epílogo optativo», en el que se da una vuelta de tuerca más al relato, con un diario que escribe la sobrina de Clara, llamada también Clara, diecisiete años después, para contar la muerte de su tía y que además incluye, como en una especie de mise en abyme, dos reseñas sobre la misma novela, Residencia de Quemados, a la vez que alude a un «Relato total» y a las condiciones en que tal tipo de narración completa puede lograrse. La posibilidad de un mismo argumento con dos historias, la vuelta sobre sí mismo, y las reflexiones metanarrativas, dan a la novela de Alfredo Hernández García una complejidad y una profundidad poco habituales en la narrativa actual.

 

 Por otra parte, el estilo del discurso avanza paralelamente y en unidad de tono con las historias, en forma muy compleja y muy barroco, entre continuas reflexiones sobre los términos, las ideas, las conductas, los personajes que van apareciendo, exige una lectura demorada y complaciente, muy placentera para un lector literario, para un lector que quiera detenerse en las bellezas de la palabra, en las técnicas del discurso, en el arte de la historia. La unidad del texto subordina la complejidad de las historias y la complejidad del estilo, y hace de esta obra una narración densa y muy interesante en todos sus aspectos.

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