La venganza del objeto de Alfredo Hernández García es una novela crítica e irónica con el mundo puramente instrumental de la Ciencia. Chiripa, el científico protagonista, con su afán de aritmetizar y calcular todo, recibirá la venganza del objeto maltratado y cuantificado. En contrapartida, la novela se puebla de personajes poblados de sentimientos. Valiente, padre de Chiripa, es el mejor contrapunto a la frialdad del científico con el siguiente anhelo: «algún día tendré yo un hijo: será la superación de esta guerra fratricida […] ¡de tan grande! No tendrá patria, porque será de las galaxias… ¡Gigantesco!… No conocerá el miedo. No tendrá apego a tradición alguna […] ¡No se encapuchará bajo ningún gremio! Repudiará la Ciencia que constriñe, la Política que envenena, las morales mojigatas, y el mundo será su casa.
Alfredo Hernández García
La venganza del objeto
Edición en papel:
• 13,5 × 21 cm, rústica, 234 pp.
• ISBN: 978-84-86375-08-9
• gratuito vía streaming
Otros títulos del autor
/ Por Asunción Herrera Guevara /
(Artículo publicado en El Cuaderno número 67 de abril del 2015, pp. 28-29)
¿HAY ALGO MÁS IRÓNICO que hacer creer que un objeto se puede vengar del animal más racional, del animal humano? Seguramente lo haya. Pero La venganza del objeto tiene el gran mérito de contarnos, irónicamente y con sentido del humor, un relato veraz sobre la historia de un error: la historia de la humanidad es una continua muestra de la prepotencia del animal humano hacia la Naturaleza. Como bien sabe hacer Chiripa, el protagonista de nuestra novela, el hombre se pavonea, hace una vana ostentación de su dominio de la Naturaleza. La misteriosa y desconocida Naturaleza es vista como un instrumento, pero no es un instrumento cualquiera, hemos estado siglos intentado controlar el poder que tiene. En el siglo XVII ya Bacon afirmaba que la Naturaleza era una ramera a la que había que doblegar y dominar. Un relato veraz de la historia de la humanidad bien pudiera concretarse en lo que he llamado un error: la prepotencia del humano ante lo natural.
La novela de Alfredo Hernández consigue retratar magistralmente esta parcela de nuestra historia con un sentido del humor desbordante. Caricaturiza al «marisabidillo» científico Chiripa, un personaje capaz de «Naturalizarse». La naturalización cambia al personaje. Desde el mismo momento en el que tiene lugar tal naturalización, Chiripa ya sólo mide, aritmetiza, controla e instrumentaliza su vida y la de los demás, sobre manera la vida de su anciano padre y la de sus compañeros de fechorías (o sea, compañeros de trabajo) y seudoconquistas. No se equivoque el futuro lector, cuando Chiripa se naturaliza no lo hace para integrarse con la Naturaleza sino para dominarla y, por ende, controlar a los zoquetes que viven una vida no llena de mediciones e instrumentalizaciones, sino una vida plagada de emociones, valores, fantasías y normas.
La Historia nos ha enseñado que los errores, la mayor parte de las veces, se pagan caros. El relato veraz de Alfredo Hernández muestra el precio que tiene que pagar Chiripa por su arrogancia. No sólo una parte de la Naturaleza controlada por él en sus experimentos se le vengará, sino que, para más mordacidad, Chiripa se convertirá en el ratoncillo sobre el que experimenta Nativel, otro de los personajes principales que actúa como contrapunto del naturalizado Chiripa.
La Naturaleza se venga, el objeto se venga sobre Chiripa y sobre todos los que se vanaglorian de su ilustre raza. Parafraseando la fábula «El linajudo y el ciego» (Hartzenbusch, 1837) podríamos decir:
A la Naturaleza (a un ciego) le decía Chiripa: «Todos mis ascendientes héroes fueron» / Y respondiole la Naturaleza: «No lo dudo; / Yo sin vista nací: mis padres vieron» / No se envanezca de su ilustre raza / quien pudo ser melón y es calabaza.
No hay nada más justo que Chiripa reciba una lección: el objeto se venga.
La venganza del objeto puede resultar a algunas sensibilidades cruelmente irónica y mordaz; tal vez sea cierto, pero la escritura de Alfredo Hernández se sitúa en la tradición de los grandes escritores ironistas (Sócrates, Erasmo de Roterdam, Kierkegaard), todos ellos utilizaron la ironía para combatir el decante «Espíritu de su época». La venganza del objeto se enfrenta a una parcela de nuestra época que bien pudiéramos llamar decadente: que nadie se equivoque, no es una crítica a la Ciencia sino a la parcela decadente de la ciencia, a eso que llamamos «cientificismo». Chiripa es el prototipo de hombre del siglo XXI que instrumentaliza todo lo que toca y a todos los que toca. Sólo le interesa la fiabilidad del hecho, la pujanza o el cundimiento, ¿qué se puede esperar de quien tiene un cactus por mascota?
El mundo de Chiripa no resulta nada atractivo para quienes no aceptan la cosmovisión de un mundo instrumentalizado sino que piensan, por contra, que la humanidad tiene otras posibilidades: la posibilidad de constelar la ciencia con el humanismo, lo instrumental con lo emotivo.
Con este nueva concepción en mente aparecen los personajes contrapuntos de Chiripa, el más importante de ellos Valiente, su padre: «Un bulbo casi ochenta años enterrado en zona muerta, sin gota de humedad…», tal y como él mismo se define en un pasaje de la novela.
Los diferentes personajes están, intencionadamente, situados en polos alejados. La escritura de Alfredo Hernández siempre nos muestra esta bipolaridad. Bipolaridad que le sirve a nuestro autor como elemento regulador. Chiripa y sus compañeros de tropelías tropiezan constantemente con su imagen velada en negro en las figuras de Valiente, el librepensador Manuel o Nativel. Todos ellos son la imagen invertida de Chiripa. En todos ellos hallamos la parcela anhelada, la parte más emotiva y sentimental de la novela que se puede concretar en El devocionario, un libro incluido dentro de la novela. El devocionario enseña con dolor que podemos esperar la posibilidad del bien. A pesar de las vilezas del mundo, de las mentiras, de las villanías y desmanes, Valiente enseña a Nativel —a Chiripa no le puede enseñar nada, lo da por perdido— lo más preciado de la vida: el valor del amor y la amistad.
La prosa de la novela cambia. Donde antes encontrábamos un lenguaje propio ligado a lo más instrumental y parodiando lo científico, en el devocionario nos cruzamos con una prosa lírica cargada de vivencias y sentimientos: las vivencias de Valiente. Si con Chiripa no dejaremos de sonreír o reír abiertamente, con Valiente sabremos lo que significa la Ciencia melancólica: una ciencia que nace de la suma de todas las batallas ganadas o perdidas en la vida de un ser humano. Valiente enseñará, incluso al lector, a repensar cuál es su ciencia de la melancolía. Porque, como no hace mucho tiempo, dijo Manuel García Rubio, Alfredo Hernández es un escritor que no sólo quiere entretener, además quiere transformar al lector. La venganza del objeto divirtiendo no deja de ser un «artefacto con pretensión transformadora». Tanto en las páginas más irónicas como en las más emotivas la reflexión está presente y no dejará impávido a ningún futuro lector.
El estilo de Alfredo Hernández es propio y me atrevo a decir que único. No sólo se caracteriza por la ironía y el sentido del humor, sino, igualmente, por la invención de palabras y los juegos literarios y metaliterarios que recorren las páginas de su novela.
Toda novela es una ficción pero La venganza del objeto bien pudiera catalogarse de metaficción: la aparición de otra obra en la obra, un diálogo constante con el lector, la reflexión sobre el arte… No quiero terminar sin mencionar una idea sin la cual ninguna novela de Alfredo Hernández puede entenderse, y sin la cual La venganza del objeto tampoco se entendería, la idea la recojo de la obra de un filósofo crítico, Adorno, y dice: «En la exageración está la verdad» (Adorno recoge esta idea de Freud). Alfredo Hernández cuando escribe asume esta sentencia, para nuestro autor es preciso mostrar con exageración, a través de la ironía, el sentido del humor y la caricatura, los desgarros y fisuras de nuestro sociedad con el fin de que el mundo aparezca trastocado, enajenado. En esto consiste la intención transformadora de La venganza del objeto.
/ por Marcelo Matas / (suplemento «Culturas» de El Comercio y La Voz de Avilés, 13 de diciembre de 2014). También publicada en el blog Agua de palabras
TODO ESCRITOR que se precie de serlo sueña con ser dueño de un estilo que cualquier lector pueda reconocerle como propio, claramente distinguible de la prosa funcional que más se suele celebrar en la literatura de escaparate. La mayoría de estos escritores se conforma —y no es poco— con que el estilo que los defina se ciña a meras cuestiones formales, de manera que indagan dentro de las posibilidades lingüísticas, estructurales, espaciales o temporales del texto, pero algunos —los más osados— procuran hacerse con un mundo personal, un territorio lo suficientemente acotado y ancho que en último término sea capaz de suscitar un planteamiento moral.
Ya desde El fósil vivo (2012), novela en la que —en aparente paradoja— se hace memoria de un mundo futuro, Alfredo Hernández García entró en ese privilegiado grupo de escritores que pueden presumir de haber creado un espacio propio, no sólo caracterizado por algunos atrevimientos formales, sino más aún habitado por ciertos fantasmas de los que, al convocarlos, pretende desprenderse. En La venganza del objeto —también disponible en versión digital gratuita— sus señas de identidad se reconocen en las singularidades del lenguaje (una sintaxis que, puesta al servicio de la ironía, oscila entre la solemnidad ridícula de la precisión notarial y la displicencia más pedestre de las expresiones coloquiales; la presencia de neologismos —algunos dignos de aparecer en la próxima edición del DRAE— destinados a nutrir la prosa de pequeños divertimentos con los que el lector va obteniendo la recompensa por seguir leyendo; la originalidad de las imágenes, hallazgos poéticos capaces de deformar —es decir, de ampliar— el sentido de lo significado; el amplio despliegue de sentencias o citas, como muestra irónica de la «citografía» —y de los «culturemas» y «reflexflemas»— que el texto denuncia), en la originalidad de la historia (una mujer se propone observar a un científico, es decir, «transformar el estudioso científico en estudiado», con la intención de auscultar sus marrullerías, las de un personaje que se tiene por «purpurado» —muy por encima de los «amansados» o «básicos» del pueblo llano—, pero que no es más que un «naturófago», un superdotado —de nombre Chiripa, tal vez un guiño risueño al cuento «La conversión de Chiripa», de Clarín— que no investiga para comprender la realidad y aumentar el conocimiento que teóricamente debe perseguir la ciencia, sino «para inventar la verdad», en un afán meramente endogámico tras el cual sólo se pretende que otros investigadores citen el propio estudio, llegando así a la «axiomatización de la citografía», única moral a la que el civilizador —el observador observado— se debe) y en el empleo de la metaficción (la narradora que introduce al lector en el propio texto que cuenta, haciéndole partícipe no sólo de lo que desde su punto de vista se observa en la trama, sino transmitiéndole su personal concepción de la novela en la que la intriga no sería más que el «recurso de los mediocres») que, al servirse de la propia novela también como objeto de análisis, se eleva de esta manera como metáfora de lo que el mismo texto denuncia: el tramposo delirio del científico investigado corre en paralelo con la irónica mirada de la narradora ante lo narrado.
De esta forma, el mérito de La venganza del objeto es que —Como afirmaba Walter Benjamin de Kafka o los surrealistas— el lenguaje deja a un lado su significado «burgués» y recupera su poder primario para denunciar la prepotencia del hombre ante la naturaleza. Para ello el autor se sirve del humor, la exageración y el esperpento, que lejos de edulcorar la acidez de la crítica hacia una ciencia hipertrofiada y endogámica, ahonda más en el malestar que a menudo conlleva lo agridulce.