Después de las dudas pertinentes, decido firmar el libro con el propio nombre por varias razones, unas de orden lógico y otras de orden mágico.
Por una parte ocurre que, sencillamente, no me apetece jugar al juego de los heterónimos (los honorarios de un psiquiatra no están al alcance de cualquier economía).
De otro lado, dos líneas de Gil-Albert, recientemente leídas por azar en una vieja publicación periódica, arrojaron la luz última y definitiva sobre mi confusión y mis prejuicios:
Nos solemos disfrazar de lo que somos.
Sin saberlo, claro.
Al presente Para matar el tiempo, en un primer borrador, seguía un subtítulo: Infancia, delirio, amor y muerte de Manuel Pomar.
Creo que yo, ocasionalmente, me he disfrazado de ese hombre (es decir, de mí mismo).
Noviembre de 1985
Te aguardaba en estos versos.
Entre la niebla cotidiana y unos granos de opio
elegí este horizonte de noches y fonemas
para mirar tus ojos frontalmente.
Ahora soy un príncipe encantado
bajo este aspecto de sapo un tanto lírico
que deberás besar
si quieres que este cuento acabe bien
para nosotros.
Créeme:
no hay orgullo ni bajeza en mis palabras.
Yo te aguardaba en estos versos desde siempre.
Parábola del hombre afortunado
Del sacamuelas aquel, mezquino, sifilítico,
entrampado y miserable hasta el sombrero,
que se fue sin dejar rastro, únicamente
tuvo noticia un primo algo lejano.
Parece que contaba (entre otras cosas
de interés limitado) lo bien que le había ido
en cierta isla exótica, gozando del cuidado
que algunas buenas gentes le prestaron.
Cualquier incrédulo podría ver las fotos:
él rodeado de frutos y mujeres,
él abrazado por jefes y hechiceros
que adornaban el pecho con extraños collares
de muelas cariadas y enseñaban
grotescos y felices sus dentaduras de oro.
El doble
Hay un problema entre nosotros: tú
sonríes a los gatos por la calle,
mientras yo cruzo los dedos y les temo
su memoria salvaje.
Pasan rostros anónimos y tú
les vas poniendo nombres y señales,
yo en cambio me descuido entre las nubes
y silbo si me place.
Hay un problema entre nosotros: tú
vives dentro de mí y eso es muy grave.
Dios ha muerto, Marx ha muerto
(y yo últimamente no me encuentro
nada bien)
El caso es que me busco entre las cosas
vecinas, entre tanto
vino bastardo y tertulia de provincias,
jugándome los pasos a una carta
marcada en la baraja del destino
con orlas de colores y falsos paraísos,
desafiando al tiempo entre mitos y flautas.
Por lo demás, ningún problema. Gracias.
Aunque se publicó en enero de 1986, Para matar el Tiempo entró en imprenta en diciembre de 1985, el año más fructífero de Luna de Abajo, el de Guía para un encuentro con Ángel González y los libros Vivir de milagro, de Miguel Munárriz y Último territorio, de Ricardo Labra. Para matar el tiempo fue el colofón de una intensa actividad que no se repetiría. Luna de Abajo dejaría de responder a la fuerza gravitatoria que la fijaba a «los charcos de la bocamina» (verso del poema Luna de abajo que Ángel González nos dedicó) e iniciaría una trayectoria sin órbita fija, errática.
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Alberto Vega
Para matar el tiempo
• ISBN: 84-86375-04-7
• 1986
• 15 × 21 cm, 58 páginas, rústica.
• Tripa impresa a una tinta. La cubierta a dos
• 700 ejemplares
• Agotado