Buenas noches, amigos, ciudadanos, espías…


Prólogo «a modo de explicación» de Alberto Vega

Debo una explicación al posible lector. A lo largo de varios años se han ido agrupando estos poemas, escritos en su mayoría como puro ejercicio, como hipotética producción de un personaje de ficción —Manuel Pomar— nacido y recreado en horas de papel, soledad y domésticos fantasmas personales. A ello, probablemente, se deban los cambios de estilo, humor y concepción del poema que pudieran advertirse en el conjunto.

 

Después de las dudas pertinentes, decido firmar el libro con el propio nombre por varias razones, unas de orden lógico y otras de orden mágico.

 

Por una parte ocurre que, sencillamente, no me apetece jugar al juego de los heterónimos (los honorarios de un psiquiatra no están al alcance de cualquier economía).

 

De otro lado, dos líneas de Gil-Albert, recientemente leídas por azar en una vieja publicación periódica, arrojaron la luz última y definitiva sobre mi confusión y mis prejuicios:

 

Nos solemos disfrazar de lo que somos.

Sin saberlo, claro.

 

Al presente Para matar el tiempo, en un primer borrador, seguía un subtítulo: Infancia, delirio, amor y muerte de Manuel Pomar.

 

Creo que yo, ocasionalmente, me he disfrazado de ese hombre (es decir, de mí mismo).

 

Noviembre de 1985 


Cuatro poemas de «Para matar el tiempo»


Buenas noches, amigos, ciudadanos, espías…

 

Te aguardaba en estos versos.

 

Entre la niebla cotidiana y unos granos de opio

elegí este horizonte de noches y fonemas

para mirar tus ojos frontalmente.

 

Ahora soy un príncipe encantado

bajo este aspecto de sapo un tanto lírico

que deberás besar

si quieres que este cuento acabe bien

para nosotros.

                             Créeme:

no hay orgullo ni bajeza en mis palabras.

 

Yo te aguardaba en estos versos desde siempre. 


Parábola del hombre afortunado

 

Del sacamuelas aquel, mezquino, sifilítico,

entrampado y miserable hasta el sombrero,

que se fue sin dejar rastro, únicamente

tuvo noticia un primo algo lejano.

 

Parece que contaba (entre otras cosas

de interés limitado) lo bien que le había ido

en cierta isla exótica, gozando del cuidado

que algunas buenas gentes le prestaron.

 

Cualquier incrédulo podría ver las fotos:

 

él rodeado de frutos y mujeres,

él abrazado por jefes y hechiceros

que adornaban el pecho con extraños collares

de muelas cariadas y enseñaban

grotescos y felices sus dentaduras de oro.


El doble

 

Hay un problema entre nosotros: tú

sonríes a los gatos por la calle,

mientras yo cruzo los dedos y les temo

su memoria salvaje.

 

Pasan rostros anónimos y tú

les vas poniendo nombres y señales,

yo en cambio me descuido entre las nubes

y silbo si me place.

 

Hay un problema entre nosotros: tú

vives dentro de mí y eso es muy grave.

 


 Dios ha muerto, Marx ha muerto

(y yo últimamente no me encuentro

nada bien)

 

El caso es que me busco entre las cosas

vecinas, entre tanto

vino bastardo y tertulia de provincias,

jugándome los pasos a una carta

marcada en la baraja del destino

con orlas de colores y falsos paraísos,

desafiando al tiempo entre mitos y flautas.

 

 

Por lo demás, ningún problema. Gracias. 


Contracubierta de «Para matar el tiempo»
Contracubierta de «Para matar el tiempo»

Aunque se publicó en enero de 1986, Para matar el Tiempo entró en imprenta en diciembre de 1985, el año más fructífero de Luna de Abajo, el de Guía para un encuentro con Ángel González y los libros Vivir de milagro, de Miguel Munárriz y Último territorio, de Ricardo Labra. Para matar el tiempo fue el colofón de una intensa actividad que no se repetiría. Luna de Abajo dejaría de responder a la fuerza gravitatoria que la fijaba a «los charcos de la bocamina» (verso del poema Luna de abajo que Ángel González nos dedicó) e iniciaría una trayectoria sin órbita fija, errática. 

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Alberto Vega

Para matar el tiempo

• ISBN: 84-86375-04-7

• 1986 

• 15 × 21 cm, 58 páginas, rústica.

• Tripa impresa a una tinta. La cubierta a dos

• 700 ejemplares

 

• Agotado