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El objeto se venga

 

/ Por Asunción Herrera Guevara 

(Artículo publicado en  El Cuaderno número 67 de abril del 2015, pp. 28-29)

 

¿HAY ALGO MÁS IRÓNICO que hacer creer que un objeto se puede vengar del animal más racional, del animal humano? Seguramente lo haya. Pero La venganza del objeto tiene el gran mérito de contarnos, irónicamente y con sentido del humor, un relato veraz sobre la historia de un error: la historia de la humanidad es una continua muestra de la prepotencia del animal humano hacia la Naturaleza. Como bien sabe hacer Chiripa, el protagonista de nuestra novela, el hombre se pavonea, hace una vana ostentación de su dominio de la Naturaleza. La misteriosa y desconocida Naturaleza es vista como un instrumento, pero no es un instrumento cualquiera, hemos estado siglos intentado controlar el poder que tiene. En el siglo XVII ya Bacon afirmaba que la Naturaleza era una ramera a la que había que doblegar y dominar. Un relato veraz de la historia de la humanidad bien pudiera concretarse en lo que he llamado un error: la prepotencia del humano ante lo natural.

 

La novela de Alfredo Hernández consigue retratar magistralmente esta parcela de nuestra historia con un sentido del humor desbordante. Caricaturiza al «marisabidillo» científico Chiripa, un personaje capaz de «Naturalizarse». La naturalización cambia al personaje. Desde el mismo momento en el que tiene lugar tal naturalización, Chiripa ya sólo mide, aritmetiza, controla e instrumentaliza su vida y la de los demás, sobre manera la vida de su anciano padre y la de sus compañeros de fechorías (o sea, compañeros de trabajo) y seudoconquistas. No se equivoque el futuro lector, cuando Chiripa se naturaliza no lo hace para integrarse con la Naturaleza sino para dominarla y, por ende, controlar a los zoquetes que viven una vida no llena de mediciones e instrumentalizaciones, sino una vida plagada de emociones, valores, fantasías y normas.

 

La Historia nos ha enseñado que los errores, la mayor parte de las veces, se pagan caros. El relato veraz de Alfredo Hernández muestra el precio que tiene que pagar Chiripa por su arrogancia. No sólo una parte de la Naturaleza controlada por él en sus experimentos se le vengará, sino que, para más mordacidad, Chiripa se convertirá en el ratoncillo sobre el que experimenta Nativel, otro de los personajes principales que actúa como contrapunto del naturalizado Chiripa.

 

La Naturaleza se venga, el objeto se venga sobre Chiripa y sobre todos los que se vanaglorian de su ilustre raza. Parafraseando la fábula «El linajudo y el ciego» (Hartzenbusch, 1837) podríamos decir:

 

A la Naturaleza (a un ciego) le decía Chiripa: «Todos mis ascendientes héroes fueron» / Y respondiole la Naturaleza: «No lo dudo;  / Yo sin vista nací: mis padres vieron» / No se envanezca de su ilustre raza / quien pudo ser melón y es calabaza.

 

No hay nada más justo que Chiripa reciba una lección: el objeto se venga.

 

La venganza del objeto puede resultar a algunas sensibilidades cruelmente irónica y mordaz; tal vez sea cierto, pero la escritura de Alfredo Hernández se sitúa en la tradición de los grandes escritores ironistas (Sócrates, Erasmo de Roterdam, Kierkegaard), todos ellos utilizaron la ironía para combatir el decante «Espíritu de su época». La venganza del objeto se enfrenta a una parcela de nuestra época que bien pudiéramos llamar decadente: que nadie se equivoque, no es una crítica a la Ciencia sino a la parcela decadente de la ciencia, a eso que llamamos «cientificismo». Chiripa es el prototipo de hombre del siglo XXI que instrumentaliza todo lo que toca y a todos los que toca. Sólo le interesa la fiabilidad del hecho, la pujanza o el cundimiento, ¿qué se puede esperar de quien tiene un cactus por mascota?

 

El mundo de Chiripa no resulta nada atractivo para quienes no aceptan la cosmovisión de un mundo instrumentalizado sino que piensan, por contra, que la humanidad tiene otras posibilidades: la posibilidad de constelar la ciencia con el humanismo, lo instrumental con lo emotivo.

 

Con este nueva concepción en mente aparecen los personajes contrapuntos de Chiripa, el más importante de ellos Valiente, su padre: «Un bulbo casi ochenta años enterrado en zona muerta, sin gota de humedad…», tal y como él mismo se define en un pasaje de la novela.

 

Los diferentes personajes están, intencionadamente, situados en polos alejados. La escritura de Alfredo Hernández siempre nos muestra esta bipolaridad. Bipolaridad que le sirve a nuestro autor como elemento regulador. Chiripa y sus compañeros de tropelías tropiezan constantemente con su imagen velada en negro en las figuras de Valiente, el librepensador Manuel o Nativel. Todos ellos son la imagen invertida de Chiripa. En todos ellos hallamos la parcela anhelada, la parte más emotiva y sentimental de la novela que se puede concretar en El devocionario, un libro incluido dentro de la novela. El devocionario enseña con dolor que podemos esperar la posibilidad del bien. A pesar de las vilezas del mundo, de las mentiras, de las villanías y desmanes, Valiente enseña a Nativel —a Chiripa no le puede enseñar nada, lo da por perdido— lo más preciado de la vida: el valor del amor y la amistad.

 

La prosa de la novela cambia. Donde antes encontrábamos un lenguaje propio ligado a lo más instrumental y parodiando lo científico, en el devocionario nos cruzamos con una prosa lírica cargada de vivencias y sentimientos: las vivencias de Valiente. Si con Chiripa no dejaremos de sonreír o reír abiertamente, con Valiente sabremos lo que significa la Ciencia melancólica: una ciencia que nace de la suma de todas las batallas ganadas o perdidas en la vida de un ser humano. Valiente enseñará, incluso al lector, a repensar cuál es su ciencia de la melancolía. Porque, como no hace mucho tiempo, dijo Manuel García Rubio, Alfredo Hernández es un escritor que no sólo quiere entretener, además quiere transformar al lector. La venganza del objeto divirtiendo no deja de ser un «artefacto con pretensión transformadora». Tanto en las páginas más irónicas como en las más emotivas la reflexión está presente y no dejará impávido a ningún futuro lector.

 

El estilo de Alfredo Hernández es propio y me atrevo a decir que único. No sólo se caracteriza por la  ironía y el sentido del humor, sino, igualmente, por la invención de palabras y los juegos literarios y metaliterarios que recorren las páginas de su novela.

 

Toda novela es una ficción pero La venganza del objeto bien pudiera catalogarse de metaficción: la aparición de otra obra en la obra, un diálogo constante con el lector, la reflexión sobre el arte… No quiero terminar sin mencionar una idea sin la cual ninguna novela de Alfredo Hernández puede entenderse, y sin la cual La venganza del objeto tampoco se entendería, la idea la recojo de la obra de un filósofo crítico, Adorno, y dice: «En la exageración está la verdad» (Adorno recoge esta idea de Freud). Alfredo Hernández cuando escribe asume esta sentencia, para nuestro autor es preciso mostrar con exageración, a través de la ironía, el sentido del humor y la caricatura, los desgarros y fisuras de nuestro sociedad con el fin de que el mundo aparezca trastocado, enajenado. En esto consiste la intención transformadora de La venganza del objeto.

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