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Miguel Munárriz o la vida en letras


Por M. F. Antuña

Publicado en El Comercio el 11 de junio de 2021


Lo dice Ricardo Labra en el prólogo: «Su mundo». Nada más y nada menos que un universo ecléctico, completo y complejo de vida y letras es lo que ofrece Miguel Munárriz (Gijón, 1951) en La escritura contra el tiempo. Ayer fue miércoles toda la mañana (Luna de Abajo), un volumen que compendia sus artículos en la revista literaria Zenda, que es un viaje por prosas, versos, lugares y saberes. Este «cortazariano», «cosmopolita» y «soñador», en palabras de Ricardo Labra en su hermoso prólogo, el poeta y gestor cultural siempre atento a lo que se cocina en la literatura, nos revela a otros y se revela a sí mismo en escritos que transitan por muy diferentes territorios. «Miguel Munárriz puebla este libro de novelas, de cuentos, de poemas, de escritores, de librerías, de ciudades, pero el lector no deja de descubrir en cada uno de sus renglones su cortazariano rostro», escribe Labra. Y atina.  

 

El cortazariano, con fotografías de Daniel Mordzinski arropando el volumen, traza un periplo amplio en el que, por supuesto, está Julio Cortázar. «Hay que volver a leer a Cortázar porque es la única manera de no dejarle marcharse del todo», escribe Munárriz, que tiene en Asturias una escala indispensable entre tanto trajín literario. 

 

Ángel González, el poeta al que entrevistó, al que antologó, al que admiró y al que dedica un poema y más de un artículo. Se entromete en su vida y su obra, revela su humor, su ironía, su gusto por la música, sus veranos en Asturias compartiendo horas con Juan Benito Argüelles o Emilio Alarcos, con Paco Ignacio Taibo I, Orlando Pelayo, José Agustín Goytisolo o José Manuel Caballero Bonald.

 

Sale el niño Munárriz en la portada del libro retratado en blanco y negro y se retrata el autor en sus afectos por un sinfín de autores reconocidos, de Gil de Biedma, Adolfo Bioy Casares y John Berger, y se introduce con ellos en las historias que hay detrás de tantas historias.  

 

Mucho de sí mismo, de su relación con todos esos escritores está en los renglones de un li-bro que mira con entusiasmo a Asturias, donde puso en marcha encuentros literarios y a cuyas firmas trata con mimo. Como ocurre con el historietista a Alfonso Zapico, el actor Ángel Gutiérrez, que hizo carrera con el método Stanislavsky en Rusia, y también al añorado Juan Cueto: «Fue el intelectual más completo, el más moderno, el que hablaba y escribía con más soltura de todo, y el que iba por delante de todos nosotros. Un demócrata amable y generoso», deja dicho.  

 

Él, que en lugar de una granja en África tuvo una librería en el Langreo postindustrial que se llama Lorca, pone negro sobre blanco los libros y mucho más. Quizá porque —sostiene— «la historia de un libro es siempre una metáfora de la vida».

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