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Los nuevos poetas


Por José Luis García Martín

Publicado en El Comercio el día 2 de enero de 2021


Dos errores y un acierto presenta, ya en la portada, la antología de la joven poesía a cargo de Miguel Munárriz. El título y las fechas que lo acompañan constituyen los errores; el que el subtítulo sea «Antología de poesía» y no «de poesía asturiana», a pesar de que todos los seleccionados sean asturianos, el acierto.

 

Miguel Munárriz, destacado gestor cultural, parece ignorar que, en la historia de la literatura, los escritores no pertenecen al siglo en que nacen, sino a aquel en que publican lo principal de su obra. Los poetas que Munárriz reúne nacieron entre 1980 y 1997. Cien años antes, en ese mismo intervalo de fechas, nacieron Manuel Azaña, Ramón Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, escritores a los que nadie se atrevería a denominar como «los últimos del XIX». Esos nombres representan a las dos primeras generaciones del veinte: la novecentista —que toma su nombre del siglo— y la de las vanguardias o del 27.

 

Y si seguimos con los paralelismos, podemos comprobar que, a la altura de 1920 o 1921, ya estaba formado el canon novecentista —citemos también a Ortega y a Gabriel Miró—, pero todavía no el de la generación siguiente.

 Algo similar ocurre en la antología de Miguel Munárriz. Entre los poetas nacidos en los ochenta, ya hay algunos de los nombres que no podrán faltar en ninguna selección rigurosa de la poesía española de su generación. Me limitaré a citar a tres: Sergio C. Fanjul, Pablo Núñez y Rodrigo Olay. El primero quiere ser deliberadamente moderno, como los ultraístas de hace un siglo, y juega a ser el costumbrista de la modernidad, una mezcla de Francisco Umbral y Juan Cueto, y lo hace, si no siempre con rigor, con ingenio y un desopilante desparpajo. Rodrigo Olay, por el contrario, se apega a la tradición. Más que poeta-profesor es poeta-investigador literario. Corría el riesgo de convertirse en un virtuoso de la métrica, a medio camino entre García Nieto y Carvajal, pero sus poemas son cada vez menos acartonados y más llenos de emoción vivida: «técnica y llanto», según el título de Carlos Edmundo de Ory que cita en su algo pedantesca poética. Pablo Núñez es menos brillante, lo suyo es hablar en voz baja, pero poco a poco ha ido consiguiendo un tono propio sin renunciar a la herencia de evidentes maestros. Fruela Fernández destaca en la traducción y el ensayismo, pero como poeta, tras el silencio que siguió a su prometedor primer libro, Círculos, parece haber entrado en una vía muerta. Lo que dice de sus versos resulta, al menos para mí, bastante más interesante que sus versos.

 

Su caso ofrece semejanza con el de Xaime Martínez en la generación siguiente: tras Fuego cruzado, de 2014, se ha dispersado en nuevos caminos sin asentar el pie en ninguno de ellos, aunque su libro Cuerpos perdidos en las morgues, un ambicioso disparate, fue Premio Nacional de Poesía Joven, lo que no sé yo si es una recomendación o todo lo contrario (ese galardón no destaca por sus aciertos). Y sin embargo, Xaime Martinez, también músico y estudioso de ciencia ficción y de Feijoo, es, como Fruela Fernández, uno de los nombres más valioso del volumen.

 

A medio hacer, como no podía ser de otra manera, los poetas que todavía no han cumplido treinta año. Ya se perfilan, sin embargo, algunos nombres: Mario Vega, que va dejando atrás excesivos mimetismos y que aspira a convertirse —ambición le sobra— en uno de los aglutinadores de la nueva poesía; Miguel Floriano, entre hímnico y reflexivo, que sorprende con los poemas inéditos, especialmente con «His last bow», y Lorenzo Roal, que ha ido incorporando a sus versos, de personalísima manera, la lección de Emily Dickinson.

 

Sorprende que Miguel Munárriz haya dejado fuera de su selección a tres de las poetas asturianas más destacadas de las últimas décadas: Sofía Castañón, Laura Casielles y Alba González Sanz, pero las poetas están bien representadas con nombres como Sara A. Palicio, Candela de las Heras, Dalia Alonso o Rocío Acebal, la más promocionada de todas, que aúna reivindicación, autobiografía generacional y sátira del mundillo literario.

 

Las llamadas «poéticas», las divagaciones sobre su concepción de la poesía que suelen colocar los antologados al comienzo de los versos, carecen por lo general de interés. No es este el caso. En Los últimos del XIX —«los primeros del XXI» en realidad, como ya dije y se titula el prólogo—, los poetas se han esforzado por responder al cuestionario del antólogo y nos ofrecen información de gran interés sobre su iniciación literaria y sus lecturas. Son autores en su mayoría muy atenidos a la tradición, con maestros a veces sorprendentemente cercanos (Carlos Iglesias, otro poeta notable, quizá en exceso emotivo, cita a Fernando Beltrán como su mayor admiración), pero que no dejan de sentir el aire de su tiempo. Lorenzo Roal anota que, «como miembro de la comunidad LGBT, me interesa traer a la tradición poética heredada de la poesía de la experiencia la perspectiva queer». Candela de las Heras, por su parte, se siente «más cercana a las poéticas de sus compañeras que de sus compañeros» y considera que se debe reflexionar «acerca de la relación entre género y obra». Ruth Llana disuena del conjunto: entre sus referencias cita a directores de cine, artistas visuales, pensadores, pero a ningún poeta. La bulimia lectora de Óscar Díaz —que parece querer citar a toda la historia de la literatura universal, comenzando por el Poema de Gilgamesh— aún no parece que haya comenzado a dar sus frutos, aunque, poeta precoz (nació en 1997), haya publicado ya varios libros.

 

No es esta —como ya apuntaba al comienzo— una antología de poesía local o regional, a pesar de que todos los autores hayan nacido en Asturias, sino una antología —parcial por el ámbito de la selección— de la nueva poesía española, de interés para todos los lectores, aunque haya en ella nombres todavía incipientes, como no podía ser de otra manera.

 

©José Luis García Martín



Colección Luna de Abajo Poesía


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