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«Los españoles estamos dotados para los esfuerzos individuales»


Javier VELASCO OLIAGA  entrevista a Alfredo Hernández García en Todo Literatura 


Tomoko es una novela de transición escrita por el autor residente en el norte peninsular que se aleja del tono fantasioso de sus tres primeras novelas para centrarse en un realismo sentimental que transciende a una relación donde lo deportivo tiene un papel determinante. En la entrevista, Alfredo Hernández García nos cuenta algunas de sus motivaciones para escribir su nueva novela y algún que otro secreto de la misma.

 

¿Cómo surgió la idea de escribir Tomoko?

Necesitaba ordenar mis recuerdos, para que se introdujeran donde toca y así, el espacio de la memoria quedaría menos expuesto al atiborro, al exceso que todos tenemos de lo recordado. Y ¿dónde tocaba? En una novela, en el único formato en el que treinta años después, se pueden recordar las experiencias. Me surgió entonces la necesidad de escribir y con un toque autobiográfico. Tomoko sin ser un libro de viajes, sí contiene el viaje iniciático de un joven que quiere ser más. Japón presta sus paisajes, sus cerezos y sus costumbres. En esta novela intento aunar lo más moderno con lo más antiguo, lo occidental con lo genuinamente oriental. Como se puede comprender, hay que ordenar lo que tenemos que olvidar.

 

¿Cuál es su experiencia con el judo?

El judo es el deporte al que yo dediqué mi primera vida. Esa era mi obsesión: ser el mejor competidor, y para ello debía usar todas mis armas, como por ejemplo, el atletismo y la halterofilia. La carrera y las pesas eran necesarias para luchar a un buen nivel; el atletismo te da la velocidad, la resistencia, y la halterofilia la potencia. Desde los once años fui fraguando el anhelo de ser un luchador, un competidor fuerte y técnico. Competí en el equipo nacional de judo llegando a ser Campeón de España en varias ocasiones. El judo al ser una disciplina entregada y dura formó mi mente y mi cuerpo.

 

¿Duele recordar su experiencia en Japón?

Duele recordar todo lo que dejé allí, la pasión por la lucha, esa que me desbordaba, el abandono de lo más grande, aquello por lo que antes daba la vida, todo lo que se parezca a los anteriores sudores. Es difícil olvidar el dolor de los golpes. Aún hoy, por las noches me despierto con la sensación de haber ganado un combate por ippon, las mejores noches, porque otras me despierto con el cuello dolorido, con la garganta a punto de reventar, tras ser estrangulado, acontecimiento muy usual en el judo. Esa es la dureza del recuerdo.

 

¿Por qué se les da tan bien el judo a los españoles?

Creo, porque nadie lo puede saber con certeza, que los españoles estamos dotados para los esfuerzos individuales, no por ser solitarios, no, sino porque nos fiamos más de nosotros mismos cuando hacemos un deporte de estrategia, que es fundamental para ganar un combate, y aunque la estrategia no debería parecerse a la picaresca, tampoco son contrarias.

 

¿Son los sentimientos el eje central de Tomoko?

Efectivamente. Precisé inventar a Tomoko, la narradora que desborda sentimientos, que debe expresar los suyos y los de Silvestre, mi personaje occidental. Para que Tomoko consiguiese entrelazar sus sentimientos orientales con los occidentales tuve que meterme en una cabeza japonesa, eso fue lo más difícil: tenía que traducir sentimientos orientales para que un lector occidental pudiera comprenderlos. Construí a Tomoko, mi narrador-personaje, y lo hice de manera equilibrada y al mismo tiempo bella. Esa fue también mi mejor elección, que el narrador de la novela fuese el personaje principal. Tomoko es una japonesa desde «el moño a las chanclas» y Silvestre es un levantino bronceado a quien «lo que más le gusta es comer».

 

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