· 

En las venas de Prokosch


Por Javier LASHERAS

Publicado en Zenda, el 22 de junio de 2018    


Cuando vi este libro, enseguida reconocí el mapa de la portada. Las fronteras de los países, remarcadas en una gama de colores pastel, y esos tipos de letra tan singulares, solo podían pertenecer a aquel atlas que habitó en la casa de mis padres y sustentó los primeros conocimientos y la imaginación de sus vástagos: Atlas Geográfico Universal, de Salvador Salinas Bellver. Como dijo el poeta, de inmediato me trasladé a aquellos parajes, «imágenes de cuando creíamos / que todo era tal y como lo imaginábamos, / cuando los mapas de los atlas nos hacían viajar / hasta la vida de otros que al fin inventábamos.» Y es que en La mariposa en el mapa, Jorge Ordaz recuerda y rescata a un mismo tiempo a Frederich Prokosch, pero atención, al igual que en el poema, también imagina e inventa. Y de esta unión, del recuerdo y la imaginación, del rescate y la invención —que tal vez sean formas de un mismo concepto llamado literatura— nace esta narración deliciosa, a medio camino entre la biografía y la autobiografía, de aire misceláneo y con golpes de ficción y autoficción. En todo caso, un territorio escasamente explorado por estos lares. Un texto que, siguiendo el párrafo de la contraportada, es el «reencuentro con un autor que me ha acompañado durante cincuenta años… Pero no es solo eso… Prokosch también es pretexto para hablar del oficio de escritor… Esto es vida y literatura».

Y por esto mismo, porque de vida y literatura se trata, sería fácil —e irresponsable— despachar esta nota centrándonos tan sólo en la figura de Prokosch: grosso modo un escritor estadounidense del siglo XX, nacido en 1906, con alguna duda ontológica sobre su identidad, de padres austríacos, educado en un ambiente de orden y que alrededor de los veinte años se inicia en la poesía, el gusto por los libros, el deporte y la homosexualidad. Un escritor que conocerá y admirará a Auden, y que, con su primera obra, Los asiáticos (también traducida como Asia misteriosa), obtiene un éxito inmediato que se mantendrá durante algunos años más con otras novelas, entre las cuales destaca The Seven Who Fled, que en España se tradujo como Los siete fugitivos y también como Los siete que huyeron. A finales de los años 30, pierde el favor popular y poco a poco también el de la crítica. Después seguirá escribiendo y publicando algunas novelas de relativo éxito en décadas posteriores, entregado a su afición por las mariposas y a la publicación de ediciones cuidadas y limitadas de poesía que incluían los denominados butterfly books, «folletos mariposa», debido a las cubiertas que imitaban las alas de las mariposas. Estos folletos, protagonistas de una falsificación y una estafa, tal y como se cuenta en este libro, acabarán reflejando bien los pilares de la vida de Prokosch: literatura, mistificación y fraude, muy a juego con las características de su narrativa, nomadismo, cosmopolitismo y exotismo (pág. 110).

 

Su último disparo, tras ser rechazadas varias novelas por sus editores, fue el libro Voces. Memorias (1984). En él, y no sin polémica, el propio Prokosch constata como verdaderos una serie de encuentros y entrevistas que él mismo mantuvo con más de medio centenar de escritores, artistas y otras personalidades ilustres del siglo XX. Sin embargo, en opinión del narrador, los relatos de esos encuentros se parecen más a «particulares venganzas o ajustes de cuentas con determinados críticos y colegas». Pero, ¿a qué se debe esta actitud de Prokosch? ¿Vanidad, orgullo, venganza…? El narrador responde: porque al escribir este libro, Prokosch —autor de estilo pictórico y lenguaje poético— está haciendo una llamada, «una llamada, casi desesperada, de un autor ávido de reconocimiento que se considera injustamente tratado». Y al que no le faltaría razón si nos atenemos a las palabras de Fabrice Gaignault, quien en su Diccionario de literatura para snobs (2011) lo cita como «uno de los padres ignotos del realismo mágico».

 

Pero la realidad, siempre difícil de asir, es que, además de lo antedicho, La mariposa en el mapa es también una obra más compleja y atractiva de lo que aparenta, prolija en anécdotas suculentas y rica en digresiones, interpretaciones y maniobras estructurales y estilísticas que Ordaz va acomodando sin que el argumento sufra contratiempo alguno. 

Consecuencia de esta concepción singular es que este libro pueda leerse, por lo menos, de tres maneras: primera, como una biografía más o menos ortodoxa pero siempre vibrante de Frederick Prokosch; segunda, como la fenomenología de la vida literaria y, tercera, como una novela heteróclita sobre un escritor contada por otro escritor, siempre y cuando se desconozca la existencia de Prokosch, cuestión más que plausible si hacemos caso a las afirmaciones del narrador, quien argumenta la invisibilidad de Prokosch en la actualidad. En este caso me centraré en la última. Y así, si la línea principal del argumento funciona bien al narrar las aventuras vitales y literarias de un escritor llamado Frederich Prokosch, también la línea secundaria de esta «novela» se encarna notable como ficción, pues nos asoma a las peripecias y a las costumbres literarias del narrador, de quien podemos acabar preguntándonos si acaso su trayectoria es coincidente o no con la del autor, Jorge Ordaz.

 

Estamos, por tanto, ante el viaje de dos escritores. Un viaje que no es igual ni comparable ni mucho menos idéntico en su materialización vital o literaria. Por supuesto, no hace falta decir que tampoco el narrador lo pretende. Tan solo sucede que, en unos momentos muy precisos de la vida y del trabajo literario del narrador, su percepción le sitúa en el mismo plano o en la misma tesitura que la del autor estadounidense. No en vano ya en la página 24, inmersos en un capítulo de notable calidad, Ordaz advierte que «los pequeños azares determinan nuestras vidas». Y en efecto, los azares también serán determinantes en este libro y así, mientras Ordaz va analizando la obra de Prokosch y revelándonos su vida —a veces problemática, en ocasiones brillante, casi siempre enigmática—, también la vida literaria de aquel se nos va desvelando, emergiendo a la superficie como ese enigma que se liberase inopinadamente de sus velos. El lector atento observará cómo surgen los encuentros, pudiendo establecer conexiones sobre el quehacer y la vida literaria entre uno y otro autor. Es el caso de los críticos y las críticas (cuando el narrador se delata usando la primera persona del plural) o el gusto de ambos por los folletos y plaquettes, sólo por señalar dos muy visibles, aunque hay más. Pero es en el capítulo titulado «Rechazos» donde surge una pregunta pertinaz que conviene resaltar. Pues, al hilo de los originales rechazados por las editoriales, el narrador se pregunta: «¿Eran tan deficientes las cuatro novelas que Prokosch escribió entre 1949 y 1952 y que nunca fueron publicadas? Sin haberlas leído me atrevo a decir que no». Como quiera que no hay escritor que se precie de no haber recibido un rechazo y sentido sus efectos deletéreos, dos párrafos más abajo el narrador nos cuenta su propia y muy didáctica experiencia al respecto, que lo mismo sirve para afrontar el rechazo en la literatura como para cualquier otra faceta de la vida: hay que insistir para persistir.

 

En cuanto al muy acertado título de la obra, desvelemos que la alusión al mapa viene determinada por el placer temprano que ya desde niño sintiera Prokosch por ellos. Pero también porque le gustaba la geografía, tal y como nos alumbra el narrador; y porque para este, el estadounidense pertenece al grupo que Javier Marías tildó como escritores de mapa, en contraposición a los escritores de brújula. Es decir, aquellos que, «antes de ponerse a escribir, trazan un plan a seguir, y lo siguen». Y a mayor abundancia, el narrador nos confesará los mapas que visualiza cuando lee a Prokosch: «Cuando leo a Prokosch, lo primero que veo son mapas». En fin, mapas, mapas y más mapas, aunque bien sabe el narrador que el mapa no es el territorio. Algo de esto apuntó el francés Houellebecq en una de sus novelas más recientes.

Y por lo que atañe a la mariposa (ya hemos mencionado los butterfly books), dos apuntes. El primero es que Prokosch comienza a interesarse por ellas desde niño, llegando a tener una estimable colección. Es tal el placer que muestra en su compañía o cazándolas que al menos en dos ocasiones se nos refieren sendos fragmentos en los que se relata cómo, ante la visión de determinadas mariposas, decidió ¡no volver a matar jamás a una mariposa! (págs. 137 y 139). A ciencia cierta desconocemos cuándo, durante su vida, dejó de matarlas o si realmente alguna vez dejó de hacerlo. Lo que sí se nos cuenta es que llegó a tener miles de pequeños sobres y en cada uno de ellos una mariposa. El segundo apunte a resaltar es que Prokosch sentía fascinación por la habilidad de ciertos lepidópteros para disfrazar su identidad mediante el cambio de color y de formas, «algo a lo que Fritz, experto en máscaras, recurriría en más de una ocasión a lo largo de su vida». Al lector no se le escapará la intención del autor/narrador al incluir con anterioridad a estos episodios el capítulo titulado Mímesis, que nos habla de las mariposas calima, auténticas maestras en el arte del mimetismo. En fin, máscaras y disfraces para adaptarse o sobrevivir. No en vano el autor sabe que este libro —sea o no una novela— no trata sobre la realidad de la vida, sino sobre su existencia, la existencia de un escritor. Es decir, «el reino de las posibilidades humanas». No se pierdan el final.

 

Libro singular, quizá deudor de la maestría de Juan Perucho cuando modifica o manipula los géneros literarios, editado con esmero —las fotografías y reproducciones que se muestran ayudan al lector a convertirse en camarógrafo (léase, y véase, el capítulo Qué es lo que veo cuando leo a Prokosch)—, de lectura entretenida y aquilatado estilo, con fogonazos de elegante ironía, bien humorado y siempre sutil, La mariposa en el mapa rezuma un arte literario altamente refinado cuyo valor sobrepasa con creces al de muchas novelas juntas.

 

 Días después de terminar la lectura de este libro, cuando volví a mirar el mapa de la portada, la mariposa seguía ahí. Y también Prokosch y Ordaz y las venas de todos los escritores en la carne oscura del mundo.

Escribir comentario

Comentarios: 0