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Presentación de «Los agujeros de gusano» en el Centro Asturiano de Madrid


Por Dolores Duque de Estrada

Académica de número de la Academia Matritense de Genealogía


Asistentes a la presentación del libro de Luisa Navia-Osorio en el Centro Asturiano de Madrid
Asistentes a la presentación del libro de Luisa Navia-Osorio en el Centro Asturiano de Madrid

Buenas tardes.

 

Puede que más de uno de ustedes se pregunte: ¿qué hace una genealogista de la Academia Matritense, o sea de Madrid, presentando la novela de una escritora asturiana?

 

Bien. Voy a intentar despejar esta duda razonable, exponiéndoles algunos motivos.

 

Uno, como quizás intuyan viendo nuestros apellidos, efectivamente las dos somos asturianas y por añadidura, nuestras familias llevan generaciones tratándose entre sí.

 

Además, ambas pululamos por la zona Oriental que pega con Santander. Esta coincidencia en el espacio-tiempo, sumada a que Luisa es simpatiquísima, nos ha llevado a compartir fabes y meriendas veraniegas.

 

Y leyendo Los agujeros de gusano, el libro que hoy presentamos, además de disfrutar muchísimo, confirmé un tercer nexo de unión: nuestro común interés por la genealogía.

 

Bien es cierto que en mi caso, la historia familiar es objeto de estudio que aspira a ser científico, mientras que en el caso de Luisa, es sobre todo sujeto literario. Y ya les aviso que, si se ven en la tesitura de elegir, no lo duden: con la producción de Luisa Navia Osorio lo van a pasar infinitamente mejor.

 

Su libro, aparte de ser estupendo y estar muy bien escrito, hurga ahí donde un genealogista nunca podría llegar. Cuantas veces estudiando una familia, me he preguntado: ¿Porqué se casarían estos dos, si no tenían nada que ver? O ¿Cómo llegó a millonario este paisano, que nació en el pico del monte?

 

El genealogista puede reconstruir el árbol familiar con sus ramas de ascendientes y colaterales, pero Luisa va más lejos. Luisa desvela el parasito en la corteza, el fruto picado, cuenta sin tapujos la poda radical y el abono oportuno, aunque no huela bien.

 

Un cliente me dijo una vez que los grandes árboles genealógicos necesitaban estercolarse de vez en cuando. Cada dos o tres generaciones, había que emparentar con alguien de posibles, los apellidos daban igual, lo importante es que fuera muy muy rico. Solo así, la familia seguiría creciendo con esplendor.

 

Y entre otras cosas, de eso habla este libro, de estercolar el árbol, mejor dicho de cuchar, utilizando el término asturiano, aunque no sea muy bonito. El proceso no es novedoso. Si examinamos a grandes rasgos la composición de la aristocracia asturiana, podemos identificar las distintas capas que se han ido superponiendo a lo largo del tiempo. Y siempre, el factor económico será clave en esta secuencia.

 

 

Según Trelles, venerable genealogista nacido en Navia a finales del siglo XVII, no solo la nobleza asturiana, sino toda la nobleza española tiene su cuna en la batalla de Covadonga. Si esto es verdad, aquello debió estar muy concurrido y tan animado como un buen cocktail.

 

Dejando aparte leyendas entrañables, ciertamente podemos identificar un núcleo originario, formado por cierta nobleza alto medieval de raíces militares, (para entendernos, los de Covadonga que decíamos antes). Estos se mezclan más tarde con la floreciente burguesía, surgida a fines de la Edad Media en los grandes núcleos urbanos.

 

A estos dos grupos, se añaden durante toda la edad Moderna, los hidalgos rurales, enriquecidos gracias a la progresiva acumulación de mayorazgos. En el XIX llega el turno de los indianos y sus enormes fortunas de origen americano. Ya en el siglo XX se incorporan las acaudaladas familias de la banca, el carbón y el acero o la construcción.

 

El resultado de toda esta mezcla, destilada durante siglos, y su encontronazo con la nueva clase pudiente de nuestro tiempo, está retratado de manera desternillante en “Los agujeros de gusano”. La autora transcribe, implacable, el diálogo de sordos entre los de toda la vida y los que nadie sabe de donde salieron.

 

A través de su humor inteligente y un punto cínico, que muchos dirán inglés, pero que a mí me parece, sobre todo, de una elegancia ancestral, Luisa va despojando de artificios a todos los personajes. Con maneras de hada traviesa, le bastan dos pases ligeros de su varita para convertir a los protagonistas en miserables xurnias, otra palabra asturiana, preciosa, esta sí, que significa ratoncillo.

 

Quizás, el único personaje del libro que sale indemne de esta debacle es Brañes, la casa familiar. Prototipo del palacio rural asturiano, con su tejado achacoso, con su jardín soñado, sus piedras añosas y su blasón, Brañes tiene vida propia. Acogedora y entrañable unas veces, distante y despiadada otras, la gran casona mantiene su dignidad en medio de la tormenta. Solo ella parece saber que, cuando amaine, las cosas habrán cambiado, pero en el fondo, todo seguirá igual.

 

 

El libro de Luisa empieza una tarde de finales de octubre, como hoy, así que no se me ocurre un día mejor para comprarlo y empezar a leerlo. Aunque estemos en Madrid, les parecerá que están en Oviedo, tomando un culín de sidra: dulce al principio y algo ácido al final, que siempre te deja con ganas de más.

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