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El extraño caso del escritor que subió a la montaña y bajó con tres kilos de más


Por Javier Lasheras

Publicado en su blog javierlasherasmayo.com el 2 de septiembre de 2020  


Por lo que sé de Pepe Monteserín, las realidades confesables que le gustan son sus amigos, la música coral y andar por las montañas. Por lo demás, como él suele declarar, prefiere la ficción. Yo también.

 

Ahora, adocenados como estamos a las listas de libros de lo que sea, quiero dar la bienvenida a este inclasificable Con mucho busto (Luna de Abajo, 2020), libro que forma parte del corpus deliciosamente diferente y del sentir neobarroco al que ya nos tiene acostumbrado el autor. Se trata de una muestra de 301 autores que explican y casi agotan a uno sólo, es decir, al propio Pepe Monteserín. Me explico. Nadie se mete en esta camisa de once varas si no es por un desmedido e incontrolable amor a la literatura.

 

En realidad, estamos hablando de un círculo muy vicioso, pues Monteserín escribe de autores porque ama la literatura y al hacerlo el negativo describe y retrata al propio Monteserín que escribe de autores porque ama la literatura, ad infinitum. Añádase a tal proeza un álbum de más de 3000 fotografías, más de 800 páginas y casi 3 kilos de peso. Estas son las credenciales. El resultado, una estatua de amor a la literatura.

 

Pero en el fondo estamos ante un ejercicio endiablado que muestra, en esta sociedad de narcisos, hasta dónde podemos mostrar nuestro ego sin que seamos pasto de la mofa o el ridículo. Monteserín acierta de pleno pues tiene en cuenta las palabras de George Elliot tal y como nos recuerda en la entrada que la dedica: «No sé de otra mancha más importuna que el yo». Sí, así es, y por esto, a poco que se escudriñen estas páginas, aparece el Monteserín que lee en defensa propia. Yo también.

 

Que los motivos sean las estatuas está muy bien, pero más importante es la capacidad, el punto de vista, la intención del autor para mostrarnos a cada autor al que se acerca. Así, estas estatuas, y sus textos, resultan imprescindibles para alertar a escritores futuros, inquietar a los presentes y disentir y extraviarse con autores y textos cuanto uno plazca. De propina, no sobrarán las carcajadas y las sonrisas cómplices cuando el lector descubra la sagaz visión doble, triple a veces, del autor. En ello reside uno de los grandes placeres de este libro. Otro en caminar por sus páginas como quien sale a encontrarse con un amigo. Pero el mejor de todos, sin duda, es leerlo. Ejemplos escogidos al azar son:

  • Página 105, Juan Benet y la obsesión por el estilo, «esa manera cualitativa de conocer», ya que «la cosa literaria sólo puede tener interés por el estilo, nunca por el asunto». Por cierto, ahí está la misiva de Paco García Pérez al autor y qué hermosa y cariñosa la mención de éste a su mujer: «Firma “Paco” y leo “Paz”», concluye Monteserín.
  • Página 161, Lewis Carroll y su Jabberwocky, un bello poema ininteligible que nadie ha sido capaz de superar en su falta de sentido. Juro que no lo intentaré, pero se busca quien lo supere. Recompensa: la gloria.

Página dedicada a Lewis Carroll


  • Página 258, Isak Dinesen y su novela El festín de Babette. Leyendo esta entrada dan ganas de visitar su casa museo en Rungsted y pasear por sus alrededores. No se lo pierdan. Yo ya lo hice.
  • Pág. 265, Dostoievski. Transcribe Monteserín la célebre reflexión de Raskolnikof sobre su culpabilidad y a mí, aprovechando que la COVID sigue aquí, me recuerda que a continuación de esas páginas, el protagonista de Crimen y castigo, convaleciente, se acuerda de un sueño que tuvo en prisión: «el mundo entero estaba condenado a una plaga terrible y desconocida que avanzaba sobre Europa desde lo más profundo de Asia». 
Páginas dedicadas a Dostoievski

Páginas dedicadas a Dostoievski


  • Pag. 395. José Hierro, el autor de Cuanto sé de mí. Basta con esta estrofa de un soneto que recupera Monteserín:

«Que más da que la nada fuera nada

si más nada será, después de todo,

después de tanto todo para nada».

  • Pág. 449. Nikos Kazantzakis, al que le faltó un voto para ser Premio Nobel. Me pregunto quién no se ha emocionado en algún lugar de Grecia, tal vez viendo la película Zorba el Griego o bailando el sirtaki, aunque en el libro de Kazantizakis no se hable del sirtaki, sino del zeirbekiko, que toma su nombre de los zeybeks, aquellos indómitos partisanos que no eran ni turcos ni griegos.
  • Pág. 547. Gabriela Mistral. Monteserín recuerda estos versos de la chilena:

 A la que tú ames, las nubes

la pintan sobre mi cara.

Ve cual ladrón a besarla

de la tierra en las entrañas,

que, cuando el rostro le alces,

hallas mi cara con lágrimas.

 

Por versos como estos, le concedieron el Premio Nobel a Mistral.

  • Y termino abriendo la última página al azar que me muestra a Quevedo, el mejor poeta del Barroco español y el tercer mejor escritor español de todos los tiempos. Ya se sabe: el primero Cervantes; después nadie. Y tercero, a mucha distancia, Quevedo. La entrada no tiene un gramo de desperdicio.

 En fin, libro necesario en todas las casas y en todos los casos, apto para mayores y pequeños, y que por 50 euros ofrece libertad, entretenimiento y no defrauda: genial en su concepción, brillante en la ejecución, largo en su arte. Qué decir, para mi desgracia, yo tampoco.

 

Páginas dedicadas a Quevedo

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