Aute, un perro llamado Nunca (20 poemas y una canción con décimas para Luis Eduardo)


Homenaje a Luis Eduardo Aute por Patxi Andión, Antonio Marín Albalate, Carlos Edmundo de Ory, Pilar Blanco, Antonio Carvajal, Jesús Munárriz, Antonio Gamoneda, Francisca Aguirre, Cecilia Quílez, Miguel Munárriz, Luis Alberto de Cuenca, J. M. Caballero Bonald, Antonio Colinas, Luis García Gil, Raquel Lanseros, Joan Isaac, Ángel Petisme, Guadalupe Grande, Alfonso López Gradolí, Vicente Gallego, Pablo Guerrero, Tito Muñoz, Juan de Loxa, Silvio Rodríguez, Alexis Díaz-Pimienta y Alfons Cervera.

 

Colección Luna de Abajo Poesía, n.º 11

Edición en rústica con solapas de 100 ejemplares (agotada)

13,4 × 20,4 cm

64 páginas

ISBN: 978-84-86375-28-7


Impresión bajo demanda, cubierta sin solapas 


Prólogo para tantos rostros

Por Patxi Andión


Recuerdo perfectamente el rostro de Aute cuando lo conocí. Debería de tener yo unos catorce años y él cerca de veinte. Acababa su familia de mudarse al barrio y su figura se hizo notar con rapidez. Es sencillo: allí no vivía nadie parecido a él. Pasé a su lado los siguientes cuatro o cinco años, interrumpidos por mi exilio en París. En realidad, fui dos personas diferentes. Cuando lo conocí era un niño 90% de ambición, 5% de oído y 5% de mirada. Cuando regresé ya era un viejo prematuro con el culo pelado de detenciones policiales pero casi igual de ingenuo y paleto. En los primeros años tomé de Aute lo que pude, descubriendo mundos con olores a los mares del Sur en disciplinas artísticas abiertas, indisciplinarias. Fue una ilustración en toda regla. Aprendí a mirar, a escuchar, a leer, incluso a comer. Mi infancia de hijo de republicano represaliado no me había dado para mucho más que para asirme a la ideología como la única esperanza de salvación posible. A su lado empecé a convertirme en la persona que podría ser. Sinceramente, le debo tantas cosas a Aute que seguramente nunca conseguiré compensarle convenientemente por ellas. 

 

Todos los artistas están señalados. Asumen una capacidad excepcional que les difiere de sus semejantes. Se miran como si no fueran ellos los que riman y se arrepienten inmediatamente de ello. Escudriñan en la pelusa de su verbo el talento escondido del que quieren ser responsables pero no aciertan a saber por qué los demás les señalan. Todos empiezan a jugar a la palabra como si esa adivinanza pudiera terminar salvándoles y enredados en ellas se dedican a inventar una forma de salir indemnes pero la herida solo va ahondándose como el envenenamiento que es y sólo queda rendirse ante la condición, mirar a ambos lados y seguir. A veces algún artista tarda en llegar a ese estado. Un descuido ajeno le puede entretener en otras latitudes alimenticias o en empeños artísticos pendientes. 

 

Todos los artistas respiramos por lo pendiente, por donde nos entra el oxígeno preciso para volver a levantarnos y volver a acostarnos con el empeño invertido en la esperanza de que en algún momento llegue la golondrina que nos despierte en el abril preciso. Tenemos a nuestro favor la disciplina aprendida y con ella el espacio asegurado. La partitura, el lienzo, la arcilla, el papel, aguardan el despertar dispuestos a intentarlo de nuevo una y otra vez más. Incansablemente. Por eso, supongo que no conozco a ninguno que se conforme. Siempre nos falta algo y siempre nos queda todo lo que nos falta. En ese inconformismo puede que esté el espejo en el que necesitamos mirarnos para descubrir nuestro verdadero rostro. No el que ve, pueden ver los otros, tan sólo el que sólo vemos nosotros.

 

Aute no es sólo un excepcional artista multidisciplinar. Un renacentista. Sigue siendo un enigma, lo que viene a demostrar que está vivo, que siempre mira hacia delante y que el peso de su obra se lo deja a sus partidarios. Da la sensación de haber caminado por la vida con esos zancos enormes de los equilibristas, a pasos agigantados y a varios metros sobre las aceras sin que las cosas consiguieran mancharle los fondillos de los pantalones. Pero desde esa altura no se ha conformado con su vida ni con su obra y en esa memoria de escayola tan suya se ha empeñado sin descanso en impedir que ni una ni otra le negaran las ganas de inconveniencia que compartimos. En los mejores momentos para su popularidad se ha esforzado en encontrar la mejor de las inconveniencias para que su retrato no subiera a los retablos de la cultura domesticada.

 

Con todo y con eso, ha logrado reunir una serie de partidarios digna de sus mejores enemigos. La prueba es la lista de los que participamos en este libro de Amalbalate. Poeta tan suyo que es sólo de los demás. Él se ha preocupado de juntarnos en esta cama redonda desde la que nos asomamos a los rostros de Aute. Tan numerosos, ecuménicos y dispares, como imprescindibles. Parecerán materiales para su estatua pero a él le parecerán letanías de una aleluya exhibicionista ineluctable.

 

Desde el Sur inconcluso como un abrazo intermitente. 

Con lo mejor que pueda acontecer.


La cubierta de la edición con solapas. En la contra: retrato de Luis Eduardo Aute por su hijo Miguel Aute
La cubierta de la edición con solapas. En la contra: retrato de Luis Eduardo Aute por su hijo Miguel Aute


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