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Ángel González en la poesía española contemporánea


Por Enrique del Teso Martín

Publicado en Prosemas Revista de Estudios Poéticos, n.º 5, 2020


Ningún poeta de altura se deja entender entrando por una sola puerta. Y probablemente en el tiempo que le tocó a Ángel González, histórica y literariamente, pasaron demasiadas cosas con demasiadas tendencias y pasiones chocando en remolinos. Por una y otra razón la poesía de Ángel González se lee como se ve el color blanco en el disco de Newton mientras gira. Hay que parar el disco para que desaparezca el blanco y aparezcan en su lugar los colores del arco iris de los que está hecho el blanco. En su extenso ensayo, Ricardo Labra posa la mirada sobre Ángel González, como quien detiene el disco de Newton, para mostrar de qué está hecha su poesía. Podríamos decir que lo hace, remedando la definición de poesía de Machado, poniendo su palabra en el tiempo. Por momentos, el trabajo es lo que dice el título, Ángel González en la poesía española, y por momentos es la inversa, la poesía española contemporánea en Ángel González. Labra entra en la obra poética de Ángel González por tres puertas diferentes. El libro tiene tres capítulos que nos llevan al poeta por tres caminos distintos que buscan en sus cruces las entretelas de su obra. En el primero pone a Ángel González en el tiempo literario e histórico que lo antecede y lo contiene. En el segundo pone cada momento de Ángel González en los demás momentos de Ángel González. En el tercero pone a Ángel González en el nutriente de sus influencias directas, singularmente las de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado.

 

Las tres partes son como ensayos autónomos y su sucesión produce  un efecto más parecido a la armonía que a la coherencia de las partes en un  todo. Están incluso escritos con un tono diferente. El primer capítulo no habla directamente de Ángel González, sino de las cosas que pasaban en la poesía de su tiempo y del tiempo justo anterior. No hay nada en el capítulo que se reduzca a mero recopilatorio de la bibliografía sobre la cuestión. El tono es siempre reflexivo, muchas veces profesoral y, para los expertos, seguramente audaz o temerario, según les guste o les disguste su exposición. El lector desde luego agradece la intensidad de la exposición y el fuerte criterio del autor. Explica algunas cosas necesarias y bien escogidas para pensar con orden en la poesía española que va de finales de los veinte hasta los cincuenta. Es el caso de la influyente idea de la poesía como comunicación de Vicente Aleixandre y Carlos Bousoño frente a la también influyente oposición de Carlos Barral con la idea de poesía como conocimiento. Es también el caso del análisis que ofrece Labra de las antologías de Gerardo Diego y Francisco Ribes y su efecto en el establecimiento de los cánones poéticos del momento. Y es, finalmente,  el caso, de su análisis de las dos generaciones poéticas de posguerra. 

 

Pero donde se hace más innovador este capítulo, desde el punto de vista de acercarnos a la obra de Ángel González, es en el establecimiento y estudio de dos procesos canonizadores de la generación del 50. Un proceso canonizador es un conjunto de actos públicos de distinto tipo que busca condensar y explicitar un programa poético, dar a sus cultivadores visibilidad e identidad como generación y expresión del momento y reclamar su supremacía estética. Son los sucesos y tácticas que ponen en el canon literario ciertas formas poéticas. El primer proceso canonizador explicado por Labra arrancaría, a finales de los cincuenta, de la Escuela de Barcelona, sobre todo de la actividad de Carlos Barral. El segundo proceso, al hilo del reconocimiento de la generación del 50 por parte de generaciones poéticas posteriores, tendría lugar entre 1985 y 1987. En esos tres años tendrían lugar, sucesivamente, la edición por el grupo asturiano Luna de Abajo del libro Guía para un encuentro con Ángel González, la publicación de los Olvidos de Granada, llevada a cabo por poetas como García MonteroBenjamín Prado, y, de nuevo en Asturias, los Encuentros con el 50. La voz poética de una generación, con participación de los principales componentes de esa generación poética, incluido Ángel González. El propio Ricardo Labra fue uno de los impulsores del primer y del tercer acontecimiento.

 

En la segunda parte, Ricardo Labra se muestra ya más como crítico textual y lector atento, y hasta ensimismado. En esta parte aparecen por fin versos y poemas y Labra lee en ellos los acentos y ecos de las formas poéticas y avatares históricos de los que se había hablado en el primer capítulo. Pero, sobre todo, en esta parte se muestra la obra de Ángel González en la obra de Ángel González y la relación de la persona con el autor. La obra de Ángel González, siguiendo la exposición de Labra, aparece en su propia obra de dos maneras. Por un lado, fuera de su obra poética, él mismo escribió en prólogos y artículos sobre su poesía y la poesía de su tiempo y sobre sus ideales estéticos. Pero no solo fuera de su obra poética. Su poesía, sobre todo de la segunda etapa, es muchas veces metapoesía y sus versos llevan entreverados sus propósitos poéticos y las poéticas de las que busca alejarse. Y, por otro lado, y es este también un esfuerzo innovador de este ensayo, hay una rica intertextualidad entre los poemas de Ángel González. Labra analiza con detalle la poética de Ángel González, tal como se puede establecer a partir de sus reflexiones explícitas y del rastreo de sus actitudes estéticas en sus versos. Y muestra también con minuciosidad las remisiones de unos poemas a otros y los hilos temáticos que se van desarrollando y modificando en sus etapas creativas.

 

Respecto de los tres momentos creativos de Ángel González, Ricardo Labra concentra la evolución del poeta en una idea directriz: resistencia. Primero fue la resistencia política, en sus momentos más cercanos al realismo social. Después, desencantado de la capacidad de la poesía para afectar al curso de la historia, fue su resistencia poética, resistencia a irracionalismos hermetismos y todo lo que hace flotar la poesía sin agarre en el mundo y en el momento. Y la tercera etapa fue la de la resistencia al tiempo. El tiempo y su devenir es constante en toda su obra poética, pero se intensifica en este tercer momento en el que el poeta se concentra en la función del poema como resistencia al paso del tiempo, como si el poema fuera la herramienta para retener al menos algo de lo que el tiempo se lleva.

 

En este segundo capítulo, Labra nos acerca a las máscaras que el propio Ángel González dice interponer entre su persona y su obra, como si quien escribe fuera una identidad desdoblada para una función. Y, por este camino, estudia con detalle uno de los rasgos estilísticos más presentes en la obra del poeta, que es la ironía. El desdoble irónico pudo servir para despistar a la censura, pero también para esa interposición de personajes y desdobles del autor. Labra se muestra en todo este capítulo como un crítico textual concienzudo, muy personal y con vínculo muy vivaz con los textos de Ángel González.

 

Ángel González. Paraninfo de la Universidad de Oviedo, 3-XII-2007
Ángel González. Paraninfo de la Universidad de Oviedo, 3-XII-2007

El tercer capítulo lo dedica también hasta cierto punto a la intertextualidad, pero en este caso no entre los poemas de Ángel González, sino entre sus poemas y los de sus maestros. Se detiene en las influencias de Gabriel Celaya, Blas de Otero y Gloria Fuertes, señalados por el autor como antecedentes inmediatos suyos, pero también en los ecos, entre otros, de César Vallejo. Pero reserva el grueso del capítulo para enlazar con mucho detalle la obra de Ángel González con la de Juan Ramón Jiménez y la de Antonio Machado. Tal vez debamos destacar las páginas que dedica a la influencia y relaciones con Juan Ramón Jiménez. Las que dedica a Machado son muy detalladas y reveladoras. Pero el caso de Juan Ramón Jiménez es quizás más complejo. Ángel González despista en según qué momentos su relación con el poeta onubense. Toda la filiación que se reconozca con Antonio Machado da claridad a su poética y sus propósitos. La filiación que se establezca con Juan Ramón Jiménez muchas veces oscurece o distorsiona la comprensión de esos propósitos. Precisamente por eso, porque a veces pudo ser más causa de malentendidos que de aclaraciones, Ángel González es esquivo en la manera de relacionar su obra con la de Juan Ramón. Y además la influencia es permanente y profunda y, por eso mismo, compleja. Por eso son especialmente interesantes las páginas que Labra dedica a este aspecto.

 

El libro de Ricardo Labra puede leerse como un manual, como un ensayo o como una autobiografía intelectual del autor. Ordena datos, agita convicciones y lecturas y acerca a Ángel González y a su tiempo. Su lectura es una experiencia provechosa e intensa y, para los estudiosos de la poesía contemporánea y Ángel González, juntos o por separado, es una lectura necesaria.

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