Ángel González el 3 de diciembre de 2007 (un mes antes de su fallecimiento), al finalizar el acto homenaje de su investidura como doctor honoris causa en el paraninfo de la Universidad de Oviedo.
Conocí a Ángel González a través de Luna de Abajo, de mis amigos Ricardo Labra, Miguel Munárriz, Noelí Puente y Alberto Vega —también tristemente fallecido hace año y medio y al que Ángel González dedicó algunas elogiosas palabras en más de una ocasión—. Con mis compañeros de aventuras literarias he compartido muchas emociones poéticas. Una de ellas, especialmente intensa, fue la preparación y edición del libro Guía para un encuentro con Ángel González, en cuyo proceso editorial pudimos tratarlo en persona. Siempre hemos agradecido su generosa participación, la afectuosa amistad que inició.
Recuerdo con especial emoción la primera recepción que ofrecimos a Ángel, acompañado por Susana Rivera, en el patio de la casa de Alberto Vega, La Felguera, en julio de 1984. La respetuosa distancia protocolaria inicial que en apenas dos horas dio paso a la cercanía y confianza que sólo una guitarra y unos boleros de por medio pueden lograr. Y hubo más encuentros y más noches.
Aunque fui un asiduo lector de poesía hasta esos años ochenta, en Luna de Abajo era el grafista, no me dedicaba a escribir; una posición que establecía un punto de vista diferente en la elaboración de los proyectos. Pero gracias a mis amigos de Luna de Abajo empecé a leer a Cernuda, Gil de Biedma, Goytisolo, Brines y, por supuesto, a Ángel González.
Después, el tiempo que he dedicado a la lectura poética se tornó ocasional, disperso; pero siempre es una cita obligada releer a Ángel González, disfrutar con la lucidez y la inteligencia que manifiestan las condensadas reflexiones que dan forma a sus poemas, dotados de esa expresividad capaz de rebasar el género literario al que pertenecen. Sin perder su esencia poética, logran despertar el interés de cualquier lector no habituado a la poesía, como sólo los grandes saben hacerlo.
Helios Pandiella, enero de 2008