· 

Un lunes y 15

El lunes, día 15 de mayo de 2017, se cumplieron 11 años de la muerte del poeta Alberto Vega. En conmemoración de estos 11 años, se presentó el estudio Intuiciones y memoria. La poesía de Alberto Vega, de Sara A. Palicio, a las 19.30 h, en la Casa de la Cultura Alberto Vega, de La Felguera. Leopoldo Sánchez Torre, profesor de la universidad de Oviedo, habló sobre este libro, que aparece con el sello de Luna de Abajo, editado por Helios Pandiella. Con anterioridad, Ricardo Labra, Helios Pandiella, Miguel Munárriz, Javier Cellino y Noelí Puente (Luna de Abajo) hicieron una lectura de poemas de Alberto, y Xulio Arbesú y May Rodriguez los musicaron al final del acto, que ha estado organizado por Cauce del Nalón en colaboración con el Club de Prensa de La Nueva España de las Cuencas, el Ayuntamiento de Langreo y Luna de Abajo.

 

/ Por Noelí Puente /

 

LA OBRA DE ALBERTO ya había tenido estudios de alguno de sus libros, yo misma, en los primerísimos años ochenta, presenté en la Facultad de Filología de Oviedo un germen de lo que sería un estudio sobre su libro, La luz usada. Pero el que hoy se presenta es el primero que abarca toda su obra, y que se publica. En este caso también de alguien que no le era ajeno, alguien que ya estaba en su regazo, puesto que Sara A. Palicio fue finalista y ganadora en el año 2008 del Premio de Poesía Alberto Vega. Más de una carrera literaria con valor ha comenzado a partir de este premio. Parece que algo se está haciendo bien. Es el caso de una generación arropando a otra, dándole su espacio, divulgando sus estudios, celebrando sus hallazgos. Dando cobijo a la semilla que ya está germinando, y de qué manera.

 

Este libro es el corpus de una tesina, dirigida por el profesor Leopoldo Sánchez Torre, asimismo poeta, igualmente compañero mío de Facultad y poemas. Muchas veces nos encontramos en presentaciones de libros, allá por los efervescentes años ochenta (incluso alguna vez yo le presenté a él); en manifestaciones en las que exigíamos «democracia ya» (nos vimos las caras ante «los grises»), y lo que es mejor, en degustaciones. Estos eran los mejores encuentros: conocernos mejor al calor de la sidra y los poemas. Leopoldo dirigía, en los años ochenta, junto con Felicísimo Blanco, Los Cuadernos de cristal, con la delicadeza que describe su nombre, en ellos se recogían los primeros poemas de tantísimos poetas que estaban por salir. Lo mismo ocurría con el aluvión de revistas literarias, Arlequín, Jugar con fuego, Luna de Abajo, Hydra, Scriptum, por mencionar algunas de entre las muchas que surgían en aquel momento. Una edad de oro, a mi entender, sin precedentes.                                

 

Un lunes triste                                                                 Día martes no trece

 

(…) Te duele                                                                      (…) Era un martes —ya dije— como otro cualquiera,

haber perdido tanto tiempo                                       si al menos fuera lunes —me dije— qué sencillo

en no vivir.                                                                          culparle del asunto: Quién no sabe

Por eso esta tristeza,                                                      que es un día nefasto y sin ningún prestigio.

por eso esta tristeza y este lunes.                                                                                                              

                                                                                                                                                                                   Alberto Vega                                          Leopoldo Sánchez Torre

 

Los lunes no gozan de buena prensa entre los poetas. Once años hará, un lunes de mayo, para más mortificación, 15, que nuestro amigo, nuestro cómplice, Alberto, nos dejó. Alberto Vega tenía una pasión: escribir, perseguir la verdad allí donde estuviera. Y todos los años, también puede ser por primavera, nos ofrecía el fruto de ese asedio. Cada año, un libro. Cada vez mejor, cada vez más maduro, en sintonía con su tiempo, con las armas que su generación (la mía, la nuestra) descubrió más eficaces para contar lo que ocurría, lo que nos ocurría. Además de su sello personal, de símbolos que sólo los más allegados conocíamos, con esa finura rellena muchas veces de ironía, de pizca de humor, cuando se trataba de describir los momentos más duros.

 

Cada año era un ritual, la presentación de su libro, en la casa de la cultura que hoy lleva su nombre. Allá íbamos todos sus compañeros de Luna de Abajo para arroparlo, a leer con él versos, desengaños, pequeñas certezas, fruto de sus batallas particulares con el idioma. Allí había mucha alma. Él lo planificaba, escribía, repartía papeles, con mano amorosa pero firme. Lo tenía muy claro, a quién le iba qué. Y comenzábamos una sinfonía (inacabada, porque se fue) donde todo encajaba, acordes altos y bajos, miradas, cada nota descansando en la siguiente, sabiendo que quien vendría después la sostendría, y quien recitaba antes extendía al siguiente una alfombra cálida y espesa sobre la que daría mucho gusto pisar. Como siempre, como casi siempre, los cinco en armonía: Luna de Abajo.

 

Este lunes lo volveremos a repetir, volveremos a estar juntos. Esta vez Alberto no estará sobre la tarima, pero estará regocijado, sonriendo con los ojos. Y acercándose el momento de empezar, se frotará las manos (como siempre hacía cuando algo le gustaba mucho) en dos movimientos: el básico de fricción (las palmas juntas, adelante y atrás), y el complementario de ascensión (desde el regazo hasta que la punta de los dedos se le asomaba a los ojos).

 

Tú estarás ahí, my friend, destilado de todos nosotros. Y siempre lo estarás.

 

Madrid, 13 de mayo de 2017

Escribir comentario

Comentarios: 0